Martín Prieto

Los cañones de agosto

En el pabellón de Mayerling, próximo a Viena, se hallaron los cadáveres del archiduque Rodolfo de Hausburgo, heredero del emperador Francisco José y la Emperatriz Sissi, y su amante María Vetsera. El secretismo impidió saber quién asesinó a quien, si fue un suicidio pactado o hubo una tercera mano. A falta de otros varones de la excéntrica Sissi, el sobrino del emperador, Francisco Fernando, fue nombrado príncipe heredero del Imperio Austro-Húngaro, un mosaico de 15 naciones, 12 lenguas y 7 religiones. Ya en guerra los oficiales no se entendían con la tropa. Un activista serbio asesinó en Sarajevo al archiduque y a su esposa y poco ocurrió en más de un mes. Francisco Fernando no era popular y Europa estaba regida por tres primos, nietos de la Reina Victoria: Jorge V, el Kaiser y el Zar Nicolás II. En julio nadie pensaba en matar a 10 millones de hombres por un magnicidio. Pero el dos de agosto la artillería alemana retumbó en Luxemburgo y Bélgica. La Gran Guerra fue el sacrificio humano más imbécil e inútil de la historia. Hindenburg arrolló a los rusos en Tannenberg para perder el Marne, a 18 kilómetros de París. No se pelea en dos frentes. Analizando las campañas napoleónicas, los militares no entendieron el giro copérnicano de la artillería pesada y las ametralladoras, pese a haber sido probadas en la guerra Franco-Prusiana. El atrincheramiento fue la derrota del arte militar. La Prensa tuvo su hora peor haciendo hervir nacionalismos analfabetos, y el internacionalismo proletario trocó el recelo de naciones en odio de clases. De telón de fondo estaban Alsacia y Lorena, el reparto colonial de África y el desguace del Imperio Otomano por el botín de Arabia y Cercano Oriente. Ni una maldita idea de grandeza en un zoco de trapisondistas y mercaderes que posibilitaron la Revolución de Octubre y el nazifascismo. Peor que la matanza fue el Tratado de Versalles, del que se retiró el delegado Keynes pronosticando otra guerra peor en veinte años.