Alfonso Ussía

Los «gin tonic»

Se me antoja exageradísimo el tinglado que se ha montado en torno a los precios de los «gin tonic» que se sirven en la cafetería del Congreso de los Diputados. Un clamor demagógico ha colapsado las redes sociales y los medios de comunicación, escandalizados por el precio, después de la subvención, de esta agradable bebida en el recinto parlamentario. España no va a mejorar su economía aumentando en un euro el precio de los bebercios que se trasiegan sus señorías. Es más, mi propuesta es que en lugar de 3,45 euros, el precio descienda a 2,30 euros por consumición alcohólica, con el fin de incentivar el ingenio parlamentario de los diputados, que en general, es muy limitado. Mejor borrachos que borregos, que es la condición más habitual del parlamentarismo español. No estaría de más, que amén de la rebaja, se aprobara una remodelación de la cafetería patricia, dotándola de luces espasmódicas, música a todo volumen y secuencias de rayos láser al estilo de las discotecas. En una comunidad mansa, con la libertad sometida a la disciplina de partido, y la capacidad parlamentaria resumida a la lectura de un texto previamente impreso y distribuido entre todos los congresistas, los desahogos que procura la alcoholemia son imprescindibles. Eso sí, con un tope de alcohol en la sangre previamente pactado por todos los grupos y aprobado por la Mesa del Congreso.

Cuando Peces-Barba se cargó la «Taberna del Cojo», el bar del Congreso así bautizado por la asidua presencia en su recinto del conde de Romanones, la cafetería se instaló en el feísimo edificio adyacente. Se puede acceder al viejo palacio vigilado por los simpáticos leones por una pasarela o bien, por el patio principal que separa la tradición de la novedad. Ahí podrían ubicarse dos parejas de la Guardia Civil – en la pasarela y en el patio–, para exigir a los parlamentarios provenientes de la cafetería que soplen por el canuto del alcoholímetro, y a los que superen el límite establecido de alcohol, devolverlos a la cafetería impidiendo su acceso al hemiciclo. Creo que el tope máximo autorizado tendría que ser el correspondiente al tercer grado de la tajada hispana. El primero no es otro que la verborrea convincente, el segundo la exaltación de la amistad, el tercero los cantos regionales, el cuarto el tuteo a la autoridad y el quinto, el insulto al clero. En los cantos regionales se puede imponer el tope. Séame reconocido – e incluso aplaudido–, que es mucho más saludable para España una canción popular de Argamasilla de Alba entonada por Cayo Lara, que una intervención del mismo personaje en la tribuna de oradores. O de Rubalcaba cantando una montañesa, o Rajoy una balada celta, o Duran Lleida alegrando la Cámara Baja con una bien principiada «cançó» de sus Pirineos leridanos, bellísimos por cierto. Y como remate final de la sesión parlamentaria, sin distinción de partidos e ideologías, todos los parlamentarios andaluces bailando en torno a la mesa de los taquígrafos unas trepidantes sevillanas. No excluyo la posibilidad del chotis para los madrileños, ni la folía para los canarios, ni la jota para los aragoneses. Mejoraría en gran medida la imagen de nuestro Parlamento.

Para ello, es fundamental y absolutamente necesario que se rebajen los precios actuales. Un aumento de los mismos, como se pretende, terminaría con nuestras esperanzas. Con que acertaran a votar lo que ordena el Grupo al que pertenecen, todo seguiría igual. ¡Chin-chin!