Julián Cabrera

Los «kichis» de enero

La Razón
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Lo ocurrido en no pocos de nuestros ayuntamientos, con la formación de gobiernos municipales franquiciados por Podemos –gobiernos innegablemente legítimos–, no puede sustraerse a una patente sensación de compás de espera por parte de quienes especialmente fuera de nuestras fronteras se juegan unas inversiones con las que de entrada se crea riqueza y empleo en cualquier país que se precie con garantías de estabilidad institucional y política.

La ralentización de algunas inversiones foráneas en los últimos meses es tan real como que nadie va a mostrar su elenco de cartas hasta que el panorama no se haya aclarado tras los comicios generales de diciembre, probablemente los más atípicos y apasionantes en lo que llevamos de democracia. Cualquier resultado con previsión de incertidumbre para quienes van a ser gobernados equivaldrá a una desconfianza de puertas para afuera que también sería legítima.

El compás de espera no sólo apunta a lo que se haga y se diga en el próximo parlamento que surja de las urnas dentro de tres meses, a un juego de pactos que se da por seguro ante la más previsible ausencia de grandes mayorías o a si La Moncloa tendrá nuevo inquilino o repetirá el actual. El resultado de los comicios catalanes del pasado domingo no arroja precisamente elementos de tranquilidad. Una Cataluña políticamente inestable como la que se atisba de aquí a los próximos meses no es el mejor escenario, por eso se hace más imperiosa si cabe la necesidad de un gobierno fuerte en Madrid frente a la previsible conjunción de un parlamento nacional inestable con la persistencia del desafío soberanista y la falta de consenso en el proyecto territorial por parte de los dos grandes partidos.

Pero volvamos a la contante y sonante referencia de lo ocurrido tras las pasadas elecciones municipales. Es inevitable establecer paralelismos entre el corto balance de las primeras semanas de los alcaldes populistas y lo que podría atisbarse tras las generales enfilando el arranque de 2016 si la suma de fuerzas en el nuevo parlamento sonríe a la suma de Podemos con otras izquierdas, sobre todo porque en ningún momento hemos escuchado en boca del líder del PSOE que no habrá un «versus Carmona» con el objetivo único de desalojar a los populares del poder.

El arranque en la gestión de Colau en Barcelona no ha pasado desapercibido, sobre todo tras aquella retirada del busto del rey buscando simpatías en determinados sectores radicales, tampoco las ocurrencias del núcleo de confianza de una Manuela Carmena en Madrid que cada vez parece más dependiente de los servicios generales del ayuntamiento ante la ausencia de programa o la preponderancia de ideología frente a gestión a cargo de los ediles de La Coruña o de Cádiz.

La cuestión es saber si el panorama posgenerales de enero nos brinda una era de «Kichis», no tanto en el paisaje del nuevo Congreso de los Diputados –que eso se da por hecho– como en el cómo y quienes van a pilotar el futuro del país una vez enfilado el final de la crisis económica.