Pedro Narváez
Los pisos no caen del cielo todavía
Quien se acuesta con niños mojado se levanta. Susana Díaz da un cachete, y eso que lo prohibió su propio partido, a los cachorros de Izquierda Unida que quieren repartir casas como si fueran bombones en la cabalgata de los Reyes Magos. Jugar con la demagogia puede ser divertido hasta que la susodicha se te mea encima y has de ir por la calle tapándote las vergüenzas. Al final los pisos de IU resultan ser ataúdes políticos con calefacción y aire acondicionado en los que antes de levantarte de la cama estás en el cementerio. Ojalá llovieran pisos como ranas a las que hacerle la prueba de un nuevo embarazo capitalista, pero la realidad es bien distinta y vivir de espaldas es como querer culminar el sexo con cinturón de castidad y luego echarle la culpa al vecino. Las 12.000 personas que esperan una casa en Sevilla tienen más derecho y al menos las mismas necesidades de beneficiarse que los que vociferan en Plaza Nueva, con los que uno puede solidarizarse pero no prevaricar para quedar bien en la foto. Estos desheredados tienen ahora las llaves pero no la casa porque los socios de Díaz les han puesto un caramelo envenenado en la boca, han creado una ilusión de falso mago y lanzado cuchillos que acaban clavándose en la pared después de atravesar el corazón. Doña Susana ha hecho bien pero culminaría la faena si no presumiera de decretos antidesahucios en los que Europa ha puesto la lupa al sol de Andalucía con lo que viendo ya cómo se inclina la tierra acabarán abrasados como un espeto de sardinas en Torremolinos. Estos indignados son un «fake» de la revolución social y el tiempo escribirá que alimentan una de las mayores perversiones que ha parido el nuevo siglo, que ya llega a la adolescencia sin una obra maestra.
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