Joaquín Marco
Los sucesos al alza
El interés por lo que genéricamente se denominan sucesos no es de hoy, aunque desde hace un tiempo parece advertirse su crecimiento, no sólo en las páginas de los periódicos, sino en la televisión y en el resto de los medios. El asesinato de la niña Asunta Basterra, de 12 años (se nos recordó que hace pocos días hubiera cumplido los trece y la televisión ofreció imágenes de una flores anónimas depositadas en el lugar donde se encontró su cuerpo), ha venido ocupando lugares muy destacados en los medios. Y no es de extrañar dada la naturaleza y circunstancias de su muerte, plagada todavía de incógnitas. Pero el incremento de los espacios dedicados a las páginas de sucesos, aunque se acentuó, en este caso, viene de más lejos. Cristina López Schlichting, en estas mismas páginas, se había formulado una parecida pregunta, fruto de un twitter que recibió. Alguien le preguntaba «¿Por qué se informa y se especula tanto acerca de un hecho doloroso como éste?». Pues porque nos lleva a poner en duda las más elementales certezas, entre ellas la imposibilidad de que una madre asesine a sus hijos. «El caso de Santiago nos deja desnudos y llenos de temor», se responde. Ésta es una razón fundamental y nos abisma en la naturaleza del mal o en el hecho de que éste vive a nuestro lado sin que reparemos en él y nos desconcierta que seres como nosotros, con una vida aparentemente ejemplar, puedan llegar a cometer un horrendo crimen, si es que el juez de instrucción de Santiago, D. José Antonio Vázquez, acaba completando el complejo puzle del que se nos han ofrecido detalles contradictorios. La atracción por el delito, sin embargo, tiene una rancia tradición. Durante los años de la posguerra se recordarán las páginas de «El Caso», periódico dedicado a ellos en exclusiva, que alcanzó grandes tiradas. Y aún antes, cuando el público era iletrado, la considerable venta de aquellos pliegos que contenían romances de ciego, porque era la asociación de ciegos la que principalmente los vendía y los cantaba en las esquinas de las calles: allí se relataban horrorosos crímenes para deleite del pueblo llano.
Por lo general, los periodistas que se ocupan de los sucesos lo hacen de forma responsable y contrastan fuentes; pero su juicio está forjado con los retazos que proceden de conocimientos más amplios, como los que poseen los cuerpos de seguridad y el juez. Por ello, no es de extrañar algunas contradicciones en el caso de Asunta Basterra, cuyo cadáver fue hallado en una pista rural cerca de Santiago de Compostela. La detención de su madre, Rosario Porto, que había denunciado su desaparición el día 21 de septiembre, fue la primera sorpresa. Era hija adoptada de una familia de renombre en la población, había ejercido como abogada y se había casado con el periodista Alfonso Basterra, con quien había adoptado a esta niña de origen chino. Desavenencias matrimoniales les habían llevado a la separación, pero mantenían una fluida y responsable relación. Conviene tratar con delicadeza un hecho en el que podría llegar a levantarse dudas sobre ciertos casos de adopción. Pero éste es de múltiples aristas, ya que se niega y se afirma a un tiempo que la madre pasó unas semanas recluida en un sanatorio por algunos problemas de conducta. Por lo general los casos de violencia en enfermos mentales son escasos y pueden ser detectados si pasan por los manos de buenos especialistas. Se habla de ciertas pastillas que tomaba la madre y que compró el padre y ya se estableció una relación de causa y efecto, porque era Alfonso quien cocinó aquel mediodía en el que se intuye que podrían haber drogado a la niña. Estas suposiciones deberán certificarse mediante los análisis que se están llevando a efecto y que han de culminar en pruebas indiscutibles. Los abogados defensores han solicitado ya la libertad provisional de los detenidos. Pero cuando el juez decretó la prisión provisional de los padres, se supone que disponía de evidencias o sospechas fundadas. Otro indicio que se ha revelado es la cuerda con la que la ataron, de la que descubrieron un rollo parecido en uno de los domicilios, registrados a fondo.
Todos estos detalles y otros muchos que se han ofrecido han sido analizados públicamente en artículos de opinión en los periódicos o en largos reportajes televisivos, donde se ha analizado la personalidad de los presuntos asesinos, que niegan los hechos que se les atribuyen, por detalles como el comportamiento de la madre tras la incineración de la niña o la frialdad del padre. La opinión pública se conmueve más cuando la víctima es un menor y éste goza de las simpatías con las que parecía contar la niña (se dice que superdotada, puesto que a su edad hablaba ya cuatro idiomas y redactaba un cuaderno con relatos en inglés de su propia cosecha). En sus páginas se ha pretendido descubrir otro indicio de un improbable delito contra los abuelos maternos. No hay día en el que no aparezca algún detalle informativo. No es el primero ni será el último de los casos criminales que ocupan las primeras páginas y dejan aparte informaciones políticas o sociales que se relegan a un segundo término. Hay una cierta morbosidad en el tratamiento y los medios deberían ser responsables de que las páginas de sucesos no fueran más allá de lo que tendría que ser razonable, porque el mundo de la delincuencia no ha crecido tanto, según fuentes policiales, salvo los robos. No es difícil advertir las injustificables razones.
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