Ángela Vallvey

Madres solas

La Razón
La RazónLa Razón

Hace poco conocí a una madre desesperada cuya historia me impresionó y conmovió. No porque sea especialmente trágica (por fortuna, no lo es), sino por frecuente, habitual. Una mujer separada, enferma crónica, perteneciente al «precariado» económico que la recesión está consolidando como clase social, en una edad (al final de la cuarentena) en que los sueños románticos hace tiempo que fueron superados y luego sustituidos por un incómodo y pertinaz de-sengaño que erosiona el alma y la piel. Me confesó que se siente impotente para seguir haciéndose cargo de su hija de diecisiete años. El padre de la cría las abandonó hace mucho y no saben de él. Cuando la niña cumplió trece años, las cosas se torcieron casi de un día para otro. Una mañana, la pequeña se había convertido en una adolescente. Eran dos mujeres solas, saliendo adelante con mucha dificultad. A partir de entonces, todo cambió de manera espantosa. Los angloparlantes utilizan con mucho acierto y precisión el concepto «teens» o «teenagers» para referirse a los adolescentes de entre trece y diecinueve años. Ésa es una edad extraordinariamente sensible en el desarrollo de cualquier ser humano. O eso indica la experiencia. En tal etapa, los chicos sufren una transformación inquietante que puede resultar amenazadora para los propios padres. Hoy día, además, hemos pasado del autoritarismo de antaño a la absoluta falta de autoridad actual de unos apabullados padres sobre sus hijos. Los hogares desestructurados, o monoparentales como en el caso que nos ocupa, tampoco ayudan a organizar con solidez una familia y a establecer unas jerarquías de autoridad moral que sirvan a los chavales para encontrar cierto equilibrio en su existencia. La madre de la que hablo se ha rendido ante su hija. La chica dejó de estudiar hace un par de años. Se negó a ir al colegio. Ahora ha decidido independizarse, aunque es menor de edad; ha encontrado un trabajo eventual y mal pagado en un pueblo muy lejos de Madrid, donde vive su madre, y se ha ido, sola. La madre no ha conseguido «convencerla» de que estudie, protegerla, cuidarla, ejercer de progenitora... Tampoco ha logrado hacerse «obedecer». Su hija no la respeta, a pesar de que ella es una persona buena que lo ha sacrificado todo por sacar a su retoño adelante. El esfuerzo no le ha servido de gran cosa. Y siente un alivio culpable, atormentado, por perderla de vista... por fin.