Marta Robles
Maltratadas
Miedo./ De ti./ Quererte es el más alto riesgo.../ Así comienza un bellísimo poema de Pedro Salinas, que nada tiene que ver con la violencia machista pero cuya primera frase podría parecer perfectamente aplicable a esta lacra terrible. Violencia machista, de hombres contra mujeres por serlo. Casi siempre por ser las «suyas», o las que quisieran que lo fueran. Violencia que también se da en el deporte. Los casos de Rubén Castro, Manel Comas y Héctor Barberá llevan impresa la sospecha de ese tipo de violencia deplorable. Al futbolista del Betis le denunció por violencia física y sexual su ex pareja; Manel Comas, cuando era entrenador del Cajasol, abusó, supuestamente, de dos chicas, una con discapacidad física y otra, de 15 años, con retraso mental madurativo ligero; y Hector Barberá se enzarzó en una pelea con su novia y se denunciaron mutuamente. Castro, tras la declaración, fue puesto en libertad con cargos, Comas está procesado y Barberá ha sido condenado a seis meses (su novia, a cinco, que no cumplirá por no tener antecedentes), que conmutará por trabajos sociales.
Lo peor de estos hechos no es sólo que los protagonicen figuras relevantes (en las que todos confiamos, porque si el valor se supone a los soldados, la limpieza va unida al deporte), sino pensar que el deporte es fiel reflejo de nuestra sociedad y que está enferma. Tanto como para que ni los deportistas, héroes sagrados de nuestro tiempo, sean inmunes a este mal. Tanto como para que recontemos el número de maltratadas e incluso muertas, casi sin emoción, como si formase parte de la rutina.
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