Fernando de Haro
Más política
En España se pronuncia la palabra «corrupción» y sale el moralista que todos llevamos dentro. Y luego todo se desliza por la cuesta abajo de tópicos que requieren poco esfuerzo. Vas y dices: «El que puede mete la mano en la caja» o «los que están en política es porque no pueden hacer otra cosa y ya se sabe...», y te aseguras el asentimiento de la audiencia, ya sean tres o 300.000. Si hinchas la vena, mejor.
Este periódico publicó el pasado jueves las conclusiones del Informe de Transparencia Internacional donde se ponía en evidencia que tenemos un problema: hay la percepción de que nuestro nivel de porquería está por encima de la mayoría de los países de la Unión Europea. Pero hay algunos que corren mucho y utilizan esos datos para alimentar la «antipolítica», esa que ha aumentado tanto entre nosotros durante los últimos meses. Ya estoy oyendo a los que hacen su particular negocio haciendo un discurso de anarquismo de salón.
Ahora que vuelve a estar de moda Italia hay que recordar que en el país vecino todo un sistema democrático, el de la II República –basado en formaciones con amplia base social como el Partido Comunista o la Democraciacristiana– se fue al traste porque una serie de jueces estrella que interpretaban muy a su modo la ley se atribuyeron la sacrosanta tarea de hacer limpieza. Algo de eso hemos conocido por aquí.
La corrupción es el síntoma, no la enfermedad. Indica que el sistema político se ha desvinculado, posiblemente de un modo imperceptible y progresivo, del contacto con la gente. Por eso el remedio no es ni más moral, abstractamente concebida, ni menos política. La solución es más política, de la buena, de la que nace de abajo a arriba.
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