Ely del Valle
Más que una agresión
Exigen su derecho a manifestarse pero atacan con violencia a los que no piensan como ellos. Son grupos de fanáticos, aprendices de dictadores, reyezuelos de calle absolutistas que se creen con impunidad para agredir a quienes unilateralmente declaran como enemigos, convencidos de que su libertad pasa por encima de la del resto. No son mayoría, pero sí los suficientes como para que nos planteemos qué está pasando, por qué en el momento de nuestra historia en el que gozamos de una mayor tolerancia surgen estos grupos de enemigos de un sistema democrático que, en el colmo de la desfachatez, lo manipulan y utilizan como argumento para poder ejercer su totalitarismo.
La agresión al ministro Montoro en Cataluña no es una anécdota; es un síntoma grave –otro más– de que nuestra democracia tiene agujeros por los que ella misma se escurre. La muestra la tenemos en el debate absurdo sobre si la responsabilidad de los hechos hay que adjudicársela a la desidia de los mossos de esquadra o a la ineptitud de los guardaespaldas, cuando los únicos culpables son los energúmenos que sólo entienden como diálogo la reyerta. O en ese empeño pueril de los líderes políticos en salir a explicar que no están de acuerdo con que se apalee públicamente a uno de los suyos –¡faltaría más!–. O en esa mentira clamorosa de calificar de represión al mantenimiento del orden y las leyes. Los del palo y tentetieso son un peligro claro que amenaza todo aquello por lo que hemos luchado y como tal tienen que ser considerados y tratados. Y el que defienda lo contrario, escudándose en una interpretación hipócrita y falsa de lo que son las libertades individuales y colectivas, no merece otro tratamiento que el de cómplice de unos descerebrados que creen que lo moderno es andar, como en el paleolítico, a pedrada limpia.
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