Francisco Nieva
Música de Chaplin
La cultura es memoria, recuerdo, evocación e invocación. Quien más recuerda y evoca el pasado común y general vive con mayor y más intensa emoción, conoce y se relaciona mejor con sus semejantes, transmite un conocimiento sensorial del pasado. El poder evocador de la música es mayor que el de cualquier escritura. La música popular es un gran depósito de sentimientos, resucita y mantiene vivas las emociones de un pasado supuestamente muerto por el olvido y la desmemoria. Para el hombre contemporáneo, el cine es un inmenso almacén de emociones, al que se puede recurrir para vivir más intensamente, aceptar y amar la realidad de un pasado común. ¡Qué riqueza supone una vasta cinemateca sonora! Con su música evocadora e invocadora. La imagen unida a la música es un impacto emocional de lo más placentero. El cine y la música del cine ya forman parte de nuestros genes. Para mí, una de las músicas cinematográficas más efectivas es la que Chaplin idea al mismo tiempo que sus imágenes en acción. Geraldine, su hija, me reveló que nunca se apartaba de su piano. Mi compañero en la Academia José López Rubio también me dijo que la música era una fuente de inspiración para Chaplin. Un día que le visitó, encontró en el salón a un viejo extravagante, con una melena de loco, tocando el violín. Éste era un buen amigo de Chaplin, con quien compartía muchos sentimientos, Albert Einstein. La música es tiempo y espacio, que nos permite viajar hacia atrás, sentir las emociones del pretérito. Y en la música cinematográfica de Chaplin resucita y se expresa su infancia en el mundo del «burlesque» londinense, la canción del arroyo victoriano, obscenamente sentimental. La canción lamentosa y pedigüeña, evocadora de un pasado mejor; también la saltarina, grotesca y ratonera de los típicos minstrels de aquel antiguo Londres del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y de Jack el Destripador. La música de Chaplin extrae toda su inspiración del mundo de su infancia.
La infancia, con todos sus impactos sensitivos, suele ser el oráculo de muchos artistas, en su futura inspiración y el tono dominante en la misma.
La música de «El chico», de «Tiempos modernos», de «Vida de perro», de «La quimera del oro» está llena de nostalgia puerilmente sentimental y tiene un valor histórico y artístico inapreciable, cuya base es el romanticismo popular, tan parecido al de «La violetera» de Raquel Meller, a quien Chaplin brindó la oportunidad de interpretar a la protagonista de «Luces de la ciudad». La muy tonta rechazó intervenir en una película dirigida por aquel payaso universal. Y a quien, un tiempo, fue reina de París, yo la he visto pedir limosna en las colas del cine de Madrid. –«Una limosnita, por favor; soy Raquel Meller, recuérdeme». La vieja cupletera no era un Einstein que digamos. Y, al parecer, tampoco lo era Stravinsky, a quien el mismo Chaplin le dijo : –«¿Qué le parece a usted mi música, maestro?» –«¡Un horror, una abominación!». No tiene excusa una respuesta así, tan poco generosa. El gran músico estuvo siempre un poco «zumbado». Carlos Bousoño me contó que, viajando por un bello paisaje mejicano, le preguntó si no le emocionaba su belleza, y el autor de «La consagración de la primavera» le contestó: –«A mí nunca me ha interesado la naturaleza». ¡Plaff! ¿Qué me dicen ustedes?
No se explica bien esta respuesta en quien basó toda su inspiración en la música popular rusa, en quien tanto admiraba a Tchaikovsky, también «obscenamente sentimental». Los genios son impredecibles y paradójicos. Los dos gallos de la cultura occidental no se entendieron y es muy de lamentar. En algo se equiparaba con Raquel Meller. El tío mejicano y millonario de Carlos Bousoño le ayudó cuanto pudo. La denodada lucha por cobrar sus derechos ha dejado memoria épica en la Historia de la Música. Rondando la miseria extrema, recorría todas las agencias de EEUU, diciendo algo parecido a esto:–«Una limosnita, por favor, que soy Stravinsky, el autor de Petruska y la Sinfonía de los Salmos. Recuérdenme».
No compartía la misma y positiva opinión de Albert Einstein sobre la música de Chaplin, sino la de la vieja cupletera que pedía limosna en la cola de los cines de Madrid. Todo es relativo en este mundo. Y ¡voila!
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