Ángela Vallvey

Música, maestro

La anécdota es de cuando Camarón andaba de gira por las Américas. Nueva York es una ciudad muy flamenca, que lleva acogiendo a los artistas españoles desde tiempos de Maricastaña. En Nueva York gusta sobremanera la guitarra, el cante y el arte hondo. En uno de los hoteles de la Gran Manzana, hace la tira de años, coincidieron Camarón y Paco de Lucía con los Rolling Stones. Sus Satánicas Majestades, al enterarse de que los españoles estaban allí alojados, enseguida mandaron un emisario a los aposentos de Camarón y le hicieron saber que para ellos sería un honor recibir en sus habitaciones al cantante con su séquito, y oírle cantar un poquito, aunque sólo fuese una muestra. La voz de Camarón, la guitarra de Paco de Lucía... ¡No se le podía pedir más a la coincidencia! Si bien, Camarón se negó amablemente arguyendo: «Dígale uste' al tal señor Mick Jagger que se lo agradezco mucho, pero es que ya no canto pa' señoritos»...

Camarón tenía esas cosas. Entre tanto, quizás Paco de Lucía sonreiría mientras pensaba que su amigo parecía, como siempre, un niño perdido en pleno invierno. Paco, al contrario, era un adulto serio que hablaba con la guitarra. Su palabra era música, latía al compás del corazón de la tierra. Su lenguaje lo entendía cualquiera, desde Keith Richards a una pescadera de Cádiz. Porque su música explica el mundo y lo resuelve al mismo tiempo. No hay contrariedad ni misterio que resista la fuerza de la presencia de su música. Además, su guitarra no sabía de política: necesitaba tanto a la mano izquierda como a la derecha; a ambas las ataba al aire, las ensamblaba en una armonía de ecos que resuenan a lo largo y ancho del sentimiento.

(Aunque él se haya ido, sigue sonando la música del maestro).