Alfonso Ussía
Ni ánimo ni consuelo
Mis palabras no pretenden el consuelo, y menos aún, el ánimo. Hay preocupaciones que se digieren en soledad. En la soledad está el valor y el coraje. Me refiero a José Luis Alvite, que le ha escrito una bellísima carta a Carlos Herrera recordándole su disposición limitada por un cáncer de pulmón y de colon, «dos golpes en un sólo mazazo». Su oncólogo le ha anunciado que su situación es muy comprometida. Alvite, además de un extraordinario y luminoso escritor –el mejor, sin duda, de los que firman en este periódico–, es un hombre siempre acompañado de sensaciones y sentimientos. Lo del pulmón se lo atribuyo a los humos del «Savoy», que él colaboraba en nublar para condensar su ambiente. Lo del colon viene de su insobornable humanidad. Los gélidos, los embuchados en tripas de acero no padecen. Son inmunes al desgarro físico de los demás. El cáncer aprovecha los resquicios del amor y el sufrimiento para invadir los cuerpos de las personas que aman y sufren. De las que viven, no de las que prefieren la riqueza a las palabras de una mujer o el poder económico a una noche en la que uno no encuentra ni su propia casa. Escribió José María Pemán que todos los sentimientos del ser humano se reflejan y reúnen en el colon, y no en el corazón, que es una máquina trabajadora y admirable, pero insensible. Sucede que el corazón ha ganado su prestigio, y lo ha mantenido durante siglos, gracias a los poetas. Los poetas no se han movido del corazón, la luna y el horizonte. En los poetas rusos hay muchas campanas que suenan entre la niebla de la estepa, pero son una excepción. Es el colon el que siente, pero los poetas no consideran romántico escribirle a una mujer un poema intestinal. «Te quiero con todo mi colon» no suena bien, y de ahí la mentira continuada del corazón, que trabaja pero no ama. Yo mismo, al leer la carta de José Luis Alvite a Carlos Herrera he creído sentir un latigazo de pesadumbre en mi corazón, cuando en realidad la angustia se ha depositado en mi colon, y ahí sigue todavía.
Presenté en Madrid un libro de José Luis. Artículos publicados en LA RAZÓN reunidos en un volumen. Un gozo literario, una maravilla poética. Falló el otro presentador, y yo estuve inspirado y me salió la presentación de dulce. Mientras se oía la atronadora ovación, Alvite me susurró: «Como el otro no ha venido y te ha salido tan bien tu discurso, voy a proponer que lo leas otra vez». Y así lo hice. Con Alvite todo es posible, y creo que su libro es el único que se ha presentado dos veces seguidas sin cambiar una coma del texto. José Luis es un gallego alto y poderoso. La Baja Andalucía y Galicia compiten en talento literario. Jose Luis añade a su talento su absoluta y heroica compenetración con la bohemia. Nadie en España escribe como él lo hace. Todo es figuración y metáfora. Y un humor celta sonriente y pausado, inconmensurable. Alvite se presenta siempre como un ser vencido, un personaje que sólo disfruta cuando pierde una oportunidad o se equivoca. Es la negación de la cursilería arribista, del empresario agresivo, del puto emprendedor. Y se ha manifestado en tantas ocasiones derrotado, que hasta es posible que supere la amenaza de una nueva derrota, aunque su oncólogo le haya dicho que su situación es muy comprometida.
Mis palabras no van hacia el ánimo ni el consuelo. Se reúnen en la admiración y el egoísmo.
Para mí es un honor compartir página con un escritor pasmoso, extraordinario y único. El mejor del periodismo literario actual. Y mi preocupación es egoísta, porque nos anuncia que es probable que deje de escribir, y esa intención no se la perdono.
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