José María Marco
No hay solución
Se puede interpretar lo que está ocurriendo en Cataluña como la obra de unos irresponsables que han perdido el rumbo y se han lanzado a la búsqueda de algo imposible, completamente desquiciado. Un soufflé, se ha dicho también, que no presenta nada sustancial a pesar de lo aparatoso que resulta. También se puede entender como la última etapa –por el momento– de un largo proceso, puesto en marcha en la Transición, con el nacionalismo por ideología y un objetivo nunca disimulado: la independencia de Cataluña. Lo ocurrido últimamente es un abandono de la estrategia de la paciencia y de la construcción a largo plazo de la unidad cultural catalana, y un intento racional de aprovechar la oportunidad abierta por la doble crisis de la economía y de la representación política.
Quien tiende a la primera interpretación confiará en que los nacionalistas, una vez recuperado el seny, se darán por satisfechos con una propuesta de federalización o mayor descentralización del Estado, incluido el reconocimiento de las singularidades de algunas nacionalidades. Una vez conseguido esto, que parece ser el gran tema de quienes insisten en hablar de la necesidad de la acción política, los nacionalistas se convertirán en felices españoles nacionalistas catalanes. Bien.
Para quienes tienden a suscribir el segundo diagnóstico, entre los que me encuentro, sin duda que sería mejor volver a tener un interlocutor en la parte menos iluminada, o más cínica, del nacionalismo. Ahora bien, lo fundamental sería empezar a construir una mayoría social que tenga clara su identidad española y lo que esta significa. Si el PP y el PSOE llegaran a un acuerdo claro y honrado en este punto, que es el de la existencia y el contenido de la nación española por encima de diferencias políticas, se podría llegar más lejos aún de lo que se ha llegado ya en la «federalización» (o al revés, ¿por qué no?) del Estado.
Esto también sería hacer política, y no de la pequeña. La democracia es un método pacífico para resolver y encauzar los conflictos. Requiere la confrontación –pacífica, obvio es decirlo– de las diversas posiciones e intereses. Lo que no es ni será nunca la democracia es una balsa de aceite. Y aunque este pacto habría de tener en cuenta a los nacionalistas, que son muy importantes, también los saca del centro de la vida política española, que no les corresponde. El nacionalismo, como muchos otros problemas en la vida, no tiene solución. Lo único que dejará satisfechos a los nacionalistas es, lógicamente, la destrucción de España.
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