Joaquín Marco
No llores por mí, Argentina
El fenómeno de la crisis del peso argentino frente al dólar y las divisas se ha vuelto recurrente. Parece ya la característica de un país que busca en el psicoanálisis las características de su naturaleza. La tristeza del tango subyace, entre otras formas de vida, en su identidad. El propio Borges o Julio Cortázar se sumergieron en esta indagación sobre la naturaleza de una nación, rica en recursos naturales, pero dependiente en los productos energéticos del exterior. Para salvar una situación comprometida, en octubre de 2011, se restringió el acceso al dólar. Pero el 23 de enero pasado el peso se devaluó un 11%, la peor de las caídas en los últimos doce años. El ministro de economía Axel Kicillof se vio obligado a pegar un volantazo a la línea que mantenía no sin esfuerzo sobre el peligro de depreciación. Las reservas del Banco Central habían pasado en poco más de dos años de 47.821 millones de dólares a 29.063. Sin embargo, poco antes, la presidenta Cristina Fernández de Kichner había declarado: «Los que pretenden ganar plata a costa de una devaluación que tenga que pagar el pueblo van a tener que esperar a otro gobierno». El uso de eufemismos en el orden político es agobiante, porque la devaluación que sitúa el dólar a ocho pesos ha sido calificada como «política cambiaria de flotación administrada del tipo de cambio». El ministro ha jugado fuerte, porque a partir de ahora los argentinos pueden adquirir a cambio oficial hasta 2.000 dólares al mes en concepto de ahorro, aunque la operación tiene un impuesto del 20% y en los circuitos paralelos, contra los que pretende actuar la medida, sigue cotizándose a 12 pesos el dólar.
Ello afectó de inmediato a los países emergentes y, aunque nuestro ministro de Economía Luis de Guindos precisó que no existían grandes inversores españoles en Argentina, el fenómeno contagió de inmediato a Brasil, donde España sí tiene intereses de todo orden y ello repercutió en nuestra Bolsa y en las de otros países emergentes y desarrollados. Nada hay tan temeroso de cualquier cambio que el dinero. Y los argentinos tienen muy malos recuerdos al respecto. En 2001 no pudo sostenerse la paridad entre el peso y el dólar y Fernández de la Rúa cerró todos los cauces en lo que vino a denominarse el «corralito bancario», del que nosotros tuvimos que huir no hace tanto tiempo. El presidente interino Eduardo Duhalde amplió la confiscación y devaluó la moneda. Sin posibilidad de acceder a los mercados internacionales, el presidente Kirchner remontó la situación, pero el peso se ha depreciado en un año un 62% y un tercio en los últimos días. No es, pues, de extrañar que ante esta zigzagueante situación las clases medias y altas se refugien en una moneda fiable y desconfíen de un peronismo o populismo que es visto ahora como un movimiento débil y confuso. El riesgo de esta aventurada táctica reside en una inflación que puede resultar galopante y poner en peligro los logros de la economía argentina de los últimos años. A través de twitter la presidenta declaró que los culpables «eran los mismos de siempre. Los que se quedaron con tus ahorros en el 2001 y te lo tuvimos que pagar nosotros». Y alude a los Bancos y algunas empresas que no menciona, pero en la mente está la estadounidense Shell que facilita buena parte de los productos petrolíferos que se consumen.
Al tiempo que se tomaban estas medidas la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner mantenía un encuentro con Fidel Castro en La Habana, donde se celebró un encuentro de líderes de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños). La fotografía de agencia de la visita a Fidel muestra a la presidenta junto a una mesa donde se encuentran diversas fotografías del líder cubano y éste parece dispuesto a firmar alguna de ellas. En la fotografía no aparece la figura de la presidenta de Brasil que también la acompañó en el acto. El éxito diplomático de esta edición de la CELAC ha sido notable por la presencia de líderes. Sin embargo, sobrevuela sobre los países emergentes el peligro de una desaceleración. El sábado Janet Kellen tomará posesión de la presidencia de la Reserva Federal de los EE.UU. A ella le corresponderá tomar serias decisiones, como por ejemplo, retirar los estímulos monetarios estadounidenses o incrementar los tipos de interés que rondan ahora el cero. Todo ello no hará sino poner en dificultades más serias a los países con economías inestables de América, cuyo crecimiento era visto con gran optimismo por inversores de corto plazo. Pero el efecto contagio argentino, unido a una disminución de la productividad en aquel país, puede agitar las aguas profundas de la desconfianza y hacer que los capitales huyan de la zona a la búsqueda de otros mercados más seguros. El peligro de la hiperinflación en Argentina hace que se observe con mucha atención el experimento económico. Tal vez con el riesgo de descapitalización que correrá el Banco Central puede llegarse a suprimir la diferencia de cotización del dólar oficial y el paralelo. Pero las grandes empresas no desean riesgos.
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