Lucas Haurie
Noticia de un secuestro
Todo ministro de Asuntos Exteriores sabe, desde el mismo día en que aterriza en el palacio de Santa Cruz, que las relaciones con Marruecos están viciadas por la ventaja estratégica del reino alauita, que nos tiene permanentemente agarrados el huevo de Ceuta y el cojón de Melilla. Para tocar los dídimos a Rabat, a la que encima miman en Washington y París, y también para tranquilizar su mala conciencia por la defección de 1975, España finge cierta simpatía por la causa saharaui. La antigua colonia es la receptora predilecta de ayuda de las diecisiete oficinas de cooperación internacional autonómicas, singularmente de la andaluza, lo que incluye algún contoneo más allá de lo prudencial ante los caudillos del Frente Polisario. Maloma Morales, ciudadana española de 22 años y residente en Mairena del Aljarafe (Sevilla), fue secuestrada hace dos meses en las inmediaciones de Tinduf. En los países serios, la posesión de un pasaporte garantiza el desvelo de la autoridad en casos similares, con independencia de que la nacionalidad de la persona en cuestión sea innata o adquirida. Rabat deja hacer para mostrar la faz más áspera de su enemigo y no movilizará ni a su gendarme más torpe. El Gobierno en funciones media entre la familia (adoptiva) de Maloma y los secuestradores, que nada casualmente son su familia (biológica) pero es más fluida la interlocución que mantiene la Junta de Andalucía con la estructura paraestatal en el antiguo Sahara español, pagana de tantísimas francachelas en la región. ¿Podría la administración regional presionar para la liberación de una residente en la comunidad? Será que no merece la pena molestarse por piezas de escaso valor en el repugnante tablero de la diplomacia.
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