Julián Cabrera
Nubarrones europeos
Las semanas posteriores a los comicios del 25-M se han convertido en el más largo período de reflexión y en la digestión más pesada de unos resultados, que por primera vez han puesto en cuestión incluso la razón de ser de un proyecto europeo, que, no olvidemos, ha sido vital para sacar a España del ostracismo.
Pero ahora llega la hora de pasar de las reflexiones a las decisiones. Este sí va a ser un otoño caliente en el que deberá al menos vislumbrarse qué Unión Europea se ofrece a sus escépticos ciudadanos.
Y en este punto sólo queda ser consecuentes y no cometer el error de dejar de lado algunas derivadas, cuatro por ejemplo: la primera, la intención real de algunas fuerzas que han entrado con no poco ruido en el nuevo parlamento de hacer volar por los aires el tinglado actual. La segunda, que la nueva izquierda representada no se corresponde ya con la idea convencional de socialistas y comunistas de hace décadas. La tercera, que Gran Bretaña ya camina hacia el abismo o no de su salida de la Unión Europea, algo que preocupa incluso a unos Estados Unidos encantados de tener a Londres como socio preferente pero, claro, dentro de la Unión.
Y una cuarta que ya nos muestra a una Alemania sin la necesidad inicial de redimirse de complejos de culpa por el nazismo en contraste con una Francia que ve crecer la xenofobia y el nacionalismo radical. España cometería un inmenso error si da la espalda a esa necesaria reflexión. Ni el nuevo Parlamento Europeo es producto de un día de «furia friki» plasmado en el pasado 25 de mayo, ni la Unión es ya la capilla a la que se acude a rezar para que llueva en forma de fondos «FEDER».
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