Joaquín Marco

Obama contra Obama

El presidente de los EEUU ha atravesado momentos muy difíciles en estos últimos días. Había trazado una imaginaria línea roja sobre el uso de gases en el conflicto sirio, donde los muertos se cifran ya en cien mil y se cuentan ya seis millones de desplazados, muchos de ellos a los países vecinos en los últimos dos años. Pero según informaciones de fuentes estadounidenses y francesas Bashar el Asad actuó contra militares y civiles. Obama, poco después de alcanzar la presidencia, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. Pero ya en su primer mandato olvidó algunas de sus promesas, como el cierre de la prisión militar de Guantánamo en Cuba o la concesión de la ciudadanía a una mayoría de inmigrantes hispanos. La muerte de Ben Laden oscureció aún más la figura pacifista de Obama, que en la guerra civil siria, se ve obligado a favorecer a los enemigos de El Asad, un complejo conglomerado ideológico entre el que se encuentra al Qaeda, Hizbulá y Hamas, a quienes los EEUU consideran grupos terroristas. Sus vínculos con Irán desestabilizan, además, el complejo tablero de ajedrez de la región. La insurgencia siria es suní, sin importar su extremismo, y es apoyada por algunos países del Golfo, como Arabia Saudí, Kuwait y Qatar. Es una zona próxima a Europa, pero la Unión Europea, (Alemania se sumó a un documento bastante inocuo a regañadientes), con la excepción de Francia, no se ha mostrado partidaria de una intervención directa. El Consejo de Seguridad de la ONU, como en los años de la «guerra fría» bloquea cualquier resolución desde los escaños de Rusia y China. Obama ha tenido que sostener una pequeña cruzada para no ir sólo en esta aventura, si es que se produce. Por otra parte, una vez más, ha tropezado con la opinión adversa de sus compatriotas. Más del 60% de la población está contra la guerra y David Cameron, su fiel aliado, vio cómo la Cámara de los Comunes rechazaba cualquier aventura bélica.Como buen centrista, Obama debe recibir los palos desde las dos posiciones más antagónicas. Lo significativo, desde la perspectiva europea, es el papel que juega en esta ocasión el presidente socialista francés Hollande. Obama lucha contra sus propios fantasmas. Acusado de socialdemócrata en su país, sin llegar a serlo, ni mucho menos; se ve hoy en la obligación de pactar con el más fiel adalid europeo de una intervención armada, aunque se limitaría a bombardeos desde el aire y desde el mar. Rusia, que no atraviesa por el mejor momento en su relación con los EEUU, ha tomado bajo su protección a Siria. Dispone allí de una base marítima permanente. Parece claro que a todos preocupa una guerra civil que puede prolongarse, pero es aún más temible inclinarse hacia unas banderías que cabalgan sobre elementos religiosos que tienden al fanatismo. No están los países árabes en una política primavera idílica, camino de la democracia occidental. Una posible alternativa llegó de una frase, como al azar, del secretario de Estado John Kerry, quien apuntó que la alternativa consistiría en que Siria entregara a una comisión internacional, en el plazo de una semana, su arsenal de armas químicas. Esta posición que parecía difuminada se tomó en serio por parte de Rusia, tal vez con la aquiescencia de Siria. Hollande estaría de acuerdo también en adquirir un papel protagonista, así como los países que firmaron el documento que se elaboró a raíz del encuentro del G-20. Las cancillerías descubrieron tal vez una puerta de salida a una situación embarazosa para todos. Claro está que la operación deberá estar controlada por un organismo internacional y habrá responsabilidades para quienes utilizaron el gas en la matanza del 21 de agosto en las afueras de Damasco, donde murieron 1.400 personas.

La imagen de Obama quedaría a salvo y, desde luego, sin una exhibición de fuerza como la que se ha producido, tal vez los sirios no se habrían mostrado tan dóciles. En un discurso de quince minutos, que fue alterado en el último momento a la espera de un documento que redacta Hollande, pero que discuten Putin y Kerry, Obama optó por mantener la presión militar a la espera de los acontecimientos. Rusia pretende que los EE.UU. retiren sus amenazas, pero Obama defiende su posición como una cuestión moral y en su breve discurso desplegó su concisa oratoria con signos sentimentales: «Nadie pone en duda que se emplearon armas químicas en Siria. Las imágenes de la masacre son impactantes. Hombres, mujeres y niños alineados en el suelo, asesinados por el gas, echando espuma por la boca, padres implorando a sus hijos que se levanten y anden», cuando ya habían muerto. Este truculento relato se aviene a lo que, por desgracia, hemos podido ver en las pantallas de nuestros televisores. Pero las barbaridades y el genocidio llegan también desde el ámbito insurgente. Al Asad niega que la matanza a la que alude Obama fuera cometida por las tropas de su ejército y ya se ha apuntado que las pruebas de las que se dispone no son del todo fiables. La solución, como se había repetido en tantas ocasiones, es política y la guerra civil de Siria proseguirá con más o menos barbarie. Cualquier guerra no conduce necesariamente a una paz envidiable. Los acontecimientos en el Próximo Oriente así lo confirman.