Joaquín Marco
Obama tras Obama
No es de extrañar que las recientes elecciones estadounidenses interesaran al orbe entero. Los dos partidos se gastaron en ellas la cifra más alta de su historia. Las encuestas, hasta el mismo día, daban un empate técnico o una ligerísima ventaja al actual presidente en funciones. Ello, tal vez, contribuyó también, en parte, a movilizar a un electorado pasivo como es el estadounidense, a lo que habría que añadir algún providencial desastre natural. Alguien escribió que Obama ha contado con un tercio de votos demócratas, casi un tercio de republicanos y otro de abstencionistas. Su victoria, además, se asienta sobre los pilares de unas elecciones por compromisarios muy distintas de las nuestras. Porque, como aquí, el voto directo haría tambalear a poblaciones dispersas o eliminaría, entre nosotros, a los partidos nacionalistas y minoritarios. Pese a todo, cuando escribo estas líneas, Obama ha logrado ya 303 escaños frente a 206 de Romney y aún faltan veintinueve por decidir. La victoria demócrata parece más aplastante de lo que es en realidad. La diferencia de votos entre ambos candidatos apenas si supera los dos millones de votos.
El éxito del primer presidente estadounidense de color ha desatado casi la euforia, especialmente en Europa, salvo el gobierno alemán, en América Latina, salvo Cuba y hasta en Irán, ya que consideraban a Romney menos propenso a negociaciones. Y no digamos en Kenia. En estos días andan también los chinos decidiendo, a través de un magno comité central, el rostro de su nuevo presidente (de sobra conocido). La seudodemocracia china, como bien sabemos, deja aún mucho que desear y como la de EEUU se ha precipitado en un gran abismo social, enorme diferencia entre los pobres (la China rural y parte de la urbana) y los multimillonarios y cierta amplia clase media en un régimen que se autocalifica de comunista. Por otra parte, tras la victoria, Obama deberá manejar un Congreso que es republicano, cuyo radicalismo le impide llegar a acuerdos clave, especialmente de orden económico: lo que en EEUU se califica, para este fin de año, como «precipicio fiscal», porque de no llegar a un acuerdo entre ambos partidos ello supondría aumento de la fiscalidad y recortes de gastos; tal vez, un paso hacia una nueva recesión. Sortearlo será el primer gran escollo de su segundo mandato. De ahí, la justificación del recorte en las bolsas tras conocerse la victoria. Las elecciones han pasado de temas espinosos: los cuarenta millones de pobres (proporcionalmente ya le andamos a la zaga), el mantenimiento de la prisión de Guantánamo, que Obama prometió eliminar, salir de Afganistán sin hacer el ridículo, comprender lo que haya que comprender y le convenga a Israel, del agitado Norte de África; además de solucionar de algún modo, en el interior, la situación de los «sin papeles», en su mayoría latinos. Esta promesa pende como espada de Damocles, ya que el voto demócrata ha contado con el apoyo decisivo de la minoría hispana creciente, los jóvenes y las mujeres. No es de extrañar que éstas apoyaran a los demócratas tras las extrañas declaraciones de un par de senadores republicanos que trataron de forma en exceso original (por no calificarlas como se merecen) la dramática cuestión de las violaciones.
Pero el gran desafío de Obama en un segundo mandato es resolver la atonía del crecimiento económico de la primera potencia mundial. Si los EEUU crecen, como se desea, podrían arrastrar también a una Europa del Sur que defiende a todo trance (Merkel dixit) la ortodoxia del más rancio neoliberalismo. Los dos modelos, sin embargo, ya no son únicos. Hay países emergentes y gigantes asiáticos que configuran un desarrollo más o menos original. Todos ellos sin abandonar el modelo capitalista. No a todos los países les afectaba por igual el triunfo de Obama, presidente en cuyo primer mandato cabe decir que obtuvo ciertos éxitos. Aunque asegura defender a la clase media, muchos norteamericanos se lamentan de que atiende preferentemente a las capas de la población más necesitadas. Pero ha sido, sin duda, esta clase media la que le ha ido confiriendo un cierto halo, así como su origen y sus circunstancias familiares. ¿Cómo incrementar el ritmo de crecimiento? La sociedad estadounidense cuenta con enormes potenciales, no sólo naturales. Defiende la investigación y la enseñanza, asimila fuerzas de trabajo ajenas. También posee un dinamismo que le diferencia de una cansina sociedad europea, dividida, cuando no enfrentada, en viejas rencillas nacionales. Pero la crisis económica nació y se desarrolló en el sistema financiero estadounidense, antes de que Obama llegara al poder. Ha sabido manejarla evitando grandes sacrificios y, en el nuevo mandato, con las manos más libres, puede hacer resurgir aquel Obama que, aún antes de demostrar nada, obtuvo el Premio Nobel de la Paz. No deja de ser paradójico, cuando ya en el poder, liquidó a Bin Laden, de forma harto oscura, y hoy sigue resolviendo el problema del terrorismo mediante atentados seleccionados, de su lista negra, con destructivos aviones sin piloto. Pero la sociedad estadounidense no defiende valores morales equivalentes a los europeos. Sorprende, por ejemplo, que el pasado martes, California, tan demócrata, no accediera a suprimir la pena de muerte como hicieron otros estados. Un Atlántico nos separa y muchos valores comunes nos unen. Pero «lo mejor está por llegar», según ha prometido el nuevo Obama.
✕
Accede a tu cuenta para comentar