José María Marco

Para después de la crisis

El problema político más importante planteado por la reciente crisis económica afecta a lo que llamamos el Estado del Bienestar. El Estado del Bienestar nació después de la Segunda Guerra Mundial y cerró las heridas abiertas por las convulsiones de años anteriores, cuando muchos europeos dieron en creer en la promesa de un mundo nuevo formulada por el nacionalismo y el socialismo (real). La relación entre Estado del Bienestar y democracia liberal se vio reforzada a raíz de la revolución antiautoritaria de los años sesenta y setenta, cuando el Estado pasó a ser garante de todos y cada uno de los derechos de las personas, entendiendo por derecho cualquier proyecto de vida. A partir de ahí, el Estado del Bienestar se transformó en un gigantesca red de seguridad que lo cubre todo. No hay prácticamente nada que una persona no tenga derecho a solicitar del Estado. Es lo que un estudioso francés llamó la ciudadanía de los acreedores.

A partir de aquí, el problema planteado por la crisis revela sus dos dimensiones. Una indica que ya no es posible conservar íntegro este gigantesco mecanismo de seguros. Más aún, este seguro es tan caro que frena, e incluso llega a paralizar, el crecimiento económico, sin el que nada se sostiene. El otro problema es que desde los años cincuenta, esta red constituye el fundamento mismo de las democracias liberales. El primer aspecto es difícil de tratar. El segundo abre un horizonte inédito, en el que nos enfrentamos al desmantelamiento de la democracia liberal por presiones populistas de todo tipo.

Hay varias maneras de afrontar este desafío. Una consiste en dar el sistema por caducado para cambiarlo de arriba a abajo. Se abriría así un nuevo periodo de experimentación, como en los años 20 y 30: es lo que proponen los populistas. Otra respuesta es no hacer nada, y postular que cualquier cambio es un ataque a la esencia misma del sistema. Esta es la estrategia de los socialistas españoles (el resto de los socialistas europeos no va por aquí). Y hay otra, que intenta reformar el sistema desde dentro, midiendo los cambios, preservando a los sectores más frágiles, tratando de encontrar acuerdos entre las diversas fuerzas políticas para no poner en peligro el conjunto. El Gobierno de Mariano Rajoy ha emprendido este camino. Es el más ingrato, el más difícil, pero también el único que puede hacernos atravesar sin demasiadas convulsiones la etapa, extremadamente delicada, que queda por delante. Pronto los españoles tendremos que decidir cuál nos interesa más.