Ángela Vallvey

Piropo

El Observatorio de la Violencia de Género del CGPJ ha pedido erradicar el piropo de los usos y costumbres. El diccionario de la RAE lo define como «lisonja, requiebro», pero quienes han estudiado el fenómeno le dan categoría de «acoso callejero».

La lisonja es una «alabanza afectada, para ganar la voluntad de alguien», y el requiebro pretende vitorear a una mujer, adularla para mantener con ella posibles relaciones «amorosas». Pero lo que durante tanto tiempo ha formado parte de una tradición inserta dentro de un socialmente aceptado cortejo amoroso, es visto también como una forma de acorralamiento sexual. Razones hay para creerlo así: verbigracia la frecuente incomodidad de las mujeres «piropeadas» que –vaya casualidad– suelen ser jovencísimas, adolescentes o veinteañeras por lo general. A partir de treinta años, es raro que una mujer oiga continuamente piropos callejeros quizás porque su aspecto, más seguro y decidido, intimida más que deslumbra. Cuando una mujer parece poderosa, sobre todo acobarda, su apariencia imponente puede producir cierto «rechazo». Es la juventud, la extrema juventud, quien más piropos recibe. Esto es: las mujeres que se encuentran en posición de debilidad, las más vulnerables e inseguras. Las que suscitan en «el macho de toda la vida» una sensación de potencia masculina, fertilidad y dominio. Aunque haya mujeres menos jóvenes espléndidas, que despiertan el deseo y la admiración, su aura fuerte inhibe la voluntad de quienes les hubiesen soltado todo tipo de burradas de haberlas encontrado a cielo abierto con quince o veinte años. Quizás los defensores y practicantes del piropo no tienen en cuenta la profunda turbación, molestia y desazón de las muchachas que son piropeadas con regodeo, su sensación de peligro solas en plena calle... O sea, que la RAE tal vez debería pensar en incorporar la nueva acepción «acoso callejero» a la definición de piropo.