Ramón Tamames
Podemos: programas cambiantes
En los últimos tiempos se ha convertido en un auténtico rito el tratar de ver lo que realmente quieren los de Podemos, desde su emergencia en las elecciones europeas de mayo último, cuando se alzaron con 1,5 millones de votos emitidos. Un cúmulo que ha ido subiendo en los sondeos electorales ulteriores, para situarse incluso por delante del PP.
Así las cosas, hay una indudable preocupación por todo el movimiento que dirige Pablo Iglesias II, situación que puede enfocarse con una óptica a lo Darwin y Wallace para apreciar cómo el movimiento populista originario en cuestión –cada vez más un partido político con sus estructuras y adherencias– va evolucionando desde sus ideas primigenias utópicorrompedoras a lo que tal vez pronto será un posibilismo en la línea de los ya experimentados izquierdismos infantiles de otro tiempo.
En ese sentido ya se escuchan las voces de próceres como Roosevelt, Keynes, y pronto oiremos las de Olof Palme, o incluso de Thomas Pikkety; sazonadas con reflexiones izquierdosas de Joseph Stiglitz y Paul Krugman. Todo ello para poner sordina a las primeras evocaciones de los camaradas Castro (Fidel y Raúl) y del tándem Chávez–Maduro.
«A la fuerza ahorcan», que dice la sabiduría popular, porque de mantenerse en sus primeros planteamientos –con el impago de la deuda del Estado, cerrando el acceso a los mercados de capitales, y con el salario social que supondría 160.000 millones de euros de gasto público adicional, según cálculos–, la llegada al poder sería más que imposible, a pesar de los votos de los millones de «ni-nis» y desesperados del actual sistema que con tanto entusiasmo se pronunciaron en las urnas en la última consulta europea.
En este contexto, hacer una crítica seria del sedicente programa de Podemos (a decantar en sucesivas versiones) no me parece que sea un ejercicio ni de sabiduría política ni de razonable prospectiva. Más bien constituiría un hecho muy criticable de seguirles la corriente de quienes –cada vez más y cada vez con mayores dudas en su Sancta Sanctorum–, no tienen la clave mágica para resolver los problemas que resultan ser bastante más complejos de lo que los nuevos seudo revolucionarios estiman con sus simplificiaciones, desde sus puestos de profesores en facultades de Ciencias Políticas y Sociología, ahora ayudados por algunos catedráticos que tal vez consideren que por fin les ha llegado el momento estelar de sus vidas. Para asesorar a unos jóvenes profetas, ayudándoles a bajar de la nube de visionalismo, a una cierta realidad que a pesar de todo sigue siendo una quimera.
El problema central del tema que nos ocupa no está en la visible circunstancia de que las primeras pretensiones de los iluminados de Podemos –y lo digo sin ninguna acritud personal– ya no sirvan para conseguir votos más allá de los ilusos e ignaros del primer momento. La verdadera cuestión radica en la mezcolanza cambiante de las ideas que defienden, que están claramente en contra del devenir principal de la Historia. A propósito de lo cual, cabe recordar que en 2014 se está conmemorando el cuarto de siglo de la caída del Muro de Berlín, al tiempo que la República Popular China se consagra como un país capitalista de Estado, ya con el mayor PIB del planeta, en confrontación con EE UU por la hegemonía mundial. En tanto que Cuba y Venezuela, que tantas veces inspiran a los epígonos de Podemos, se debaten por su supervivencia, en medio de toda clase de contradicciones y miserias; ya solamente con el vacuo fundamento de mitologías con muy poco porvenir.
En cuanto a la estrategia de Podemos, la verdad es que personalmente no entiendo bien cómo estando en la cresta de la ola de las encuestas demoscópicas se estremecen a su repelida casta, se manifiestan ahora contrarios a concurrir a las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015. Al parecer, eso dicen, no quieren quemar la marca que ellos mismos han creado, con improvisaciones en la pugna electoral que se avecina. Y lejos de aceptar esa excusa lo que realmente hay que preguntarse es si, después de su emergencia y crecimiento virtual de votos en potencia, van a ser capaces de organizar la maquinaria de un partido capaz de presentar opciones de solución a los intrincados problemas de 17 + 2 autonomías, casi 8.100 municipios, 43 diputaciones provinciales y 11 cabildos o consejos insulares.
Esa capacidad de dudosa existencia en Podemos de propiciar y lograr soluciones les obliga a tener unas estructuras territoriales y funcionales que no cabe improvisar, y que en caso de fallar, por su inexistencia o precariedad, se llevarían por delante las quimeras de los preprogramas que va emitiendo la plataforma política a la que nos referimos: conseguir una quita de la deuda pública, cambiar el ICO a Banco Público y a la Sareb a un Instituto Nacional de la vivienda, así como reducir la jornada a 35 horas semanales, jubilarse a los 60 años y tener «más funcionarios» (¿todavía más?), etc. Un preprograma que hoy conocemos, y que con toda seguridad irá seguido de más y más revisiones, para facilitar la meta última, yo creo que imposible, de alcanzar un día el Gobierno.
En el fondo, Podemos piensa que puede desmantelar el capitalismo en España, lo cual es una hipótesis que parece difícil, pues, como expuse en 2003, en mi libro «Globalización y ecoparadisma», el capitalismo es un «gato de siete vidas», al que se ha atacado una y otra vez en momentos muy concretos (1848, 1871, 1917, 1945, 1975, etc.), pero sin conseguir derribarlo en ninguna de esas ocasiones. Y es que el capitalismo ha ido reformándose con ideas de Bismarck, Keynes, Beveridge, Roosevelt, el Plan Marshall, el Estado de Bienestar, etc. para resistir los embates, incluso de la crisis que comenzo en 2007 y que aún convive con nosotros.
Inevitablemente, Podemos, si logra sobrevivir a medio plazo como nuevo partido político –con todas las estructuras de círculo interno dominante, como adivirtió Mitchel en 1914–, tendrá que cambiar su programa inevitablemente para hacerlo verosímil, y cuantitativamente verificable, por mucho voluntarismo que quiera echarse al tema. En ésas estamos y, desde luego, seguiremos visualizando el proyecto.
Profesor de la UCM y Analista político
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