Política

José María Marco

Posiciones y esperpentos

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Los alemanes saben muy bien lo que es el nacionalismo y los estragos que el nacionalismo es capaz de infligir a las sociedades que se dejan fascinar por él. De ahí la claridad de las declaraciones de Angela Merkel sobre la posible independencia de cualquier región de un país de la UE. La independencia –es decir, la sola posibilidad de la independencia– traerá la desestabilizacion de España y con ella la de la Unión: desestabilización en todos los órdenes, política, económica y social. En un momento, además, particularmente delicado, con una recuperación ya iniciada en algunos países de la Unión, entre ellos el nuestro, y un camino por delante de reformas que todos saben que son imprescindibles, hasta los más demagogos. Del nacionalismo, efectivamente, no hay nada que sacar. Nada que los europeos no hayamos aprendido ya.

Este es el fondo –europeo– de la entrevista que mantendrán Mariano Rajoy y Artur Mas. Explica, en buena medida, la posición de Mariano Rajoy. Como es su deber, el presidente del Gobierno español está abierto al diálogo sobre cualquier punto que no sea contrario a la Ley. Todo el mundo debería saber a estas alturas que Rajoy está dispuesto a arriesgar mucho para hacer lo que considera necesario: en economía y en muchos otros aspectos. Rajoy también ha demostrado que sigue dispuesto a ayudar a Cataluña, porque Cataluña sigue pasando por problemas económicos muy graves, de los que sus gobiernos son los únicos responsables, por cierto. En cambio, Rajoy pone el límite en la Ley y la Constitución. No se le puede pedir menos, aunque tal vez se le pueda pedir algo más. Los argumentos para no permitir el referéndum, tan bien articulados por el propio Rajoy en estos últimos días, deberían ser mejor explicados, aquí y fuera. Es el punto más débil de la posición del Gobierno. En cuanto al presidente de la Generalidad, se encuentra en la posición en que una y otra vez se le ha descrito. Aislado e ignorado en la Unión y fuera de ella, y sin argumentos reales para defender la independencia, Artur Mas, como el conjunto de los nacionalistas catalanes, se ha ganado a pulso la antipatía del resto de los españoles. Esto, que parece facilitarles las cosas en Cataluña, se las va a poner muy difíciles en el resto. En el punto al que Mas ha llevado las cosas, el único aliado que le queda en su deriva son aquellos que quieren acabar con España. No son pocos, porque en nuestro país sigue existiendo una corriente autodestructiva importante, pero no pueden aspirar a gobernar el país. Así que ahora mismo le quedan por aliados aquellos que deberían ser sus adversarios, los populistas de ERC. Para los republicanos nacionalistas, la crisis es la mejor oportunidad, tal vez la última en mucho tiempo, para reivindicar su populismo identitario. Pues bien, a ver adónde va a ir Mas, en Madrid, en Bruselas o en Berlín, del bracete de los colegas del Front National francés, del UKIP británico, de los Verdaderos Finlandeses, etc., etc. Adelante, dan ganas de decir.

Para acabar de describir el esperpento con el que la izquierda y los nacionalistas andan entretenidos, quedan las posiciones de los socialistas. Los socialistas votan a favor de la ley de consultas, pero no están a favor del referéndum y sí, en cambio, de una reforma constitucional artificial, que nadie pide, y menos que nadie los nacionalistas. La verdad es que Pedro Sánchez, si quisiera, lo tendría relativamente fácil. Lo natural en un partido de gente adulta sería aparcar el asunto hasta que hayamos salido de la crisis. Como no lo van a hacer, porque parece que han visto en el populismo la ola que les va a llevar a la Moncloa, Sánchez podría proponer una reforma –de índole federal, por qué no– con el compromiso de que el socialismo español deja atrás de una vez por todas, para siempre, sus reticencias y sus ambigüedades sobre la unidad de la nación y la vigencia de la idea de España. A partir de ahí, se podría hablar. No es eso lo que va a ocurrir, claro está. España, para la izquierda española, sigue siendo moneda de cambio política.