País Vasco

Premios con escándalo

Son muchas las ocasiones en que se ha manifestado, dentro y, sobre todo, fuera de Euskadi, que Sabino Arana Goiri fue xenófobo y racista, y las pruebas en sus escritos son explícitas y abundantes: no menos de 600 apariciones del término «maketo» y derivados, que era el mayor insulto xenófobo que se podía proferir entonces a quien viviera en el País Vasco y no tuviera apellidos euskéricos, y por el que incluso fue por primera vez a prisión. Por tanto, constituye un escándalo para Europa, hipersensibilizada ante la discriminación racial, por su historia pasada y presente, que un partido como el PNV, tan intachablemente democrático, homenajee durante todo el año a su fundador y entregue ahora, en su nombre, con motivo de su nacimiento un 25 de enero de 1865, unos premios anuales a personas e instituciones destacadas por su actividad en favor de la sociedad vasca.

Se suelen aducir varias razones para no denunciar este hecho con todas sus consecuencias, pero probablemente la mayor de todas es interna y referida a nuestra propia historia reciente. Y es que, para muchos, criticar hoy la figura histórica de Sabino Arana Goiri, inventor de la teoría independentista vasca, es sinónimo de ataque a la foralidad, a la identidad vasca, al concierto económico y al euskera, como si cualquiera de estos cuatro elementos fuera debido, ni por asomo, al fundador del PNV.

La razón de este colosal equívoco hay que buscarla en la debilidad manifiesta de la derecha vasca durante toda la Transición y que llega hasta hoy mismo, con episodios tan lamentables como la división entre los deudos políticos y familiares del añorado Gregorio Ordóñez, con motivo del aniversario de su asesinato. Esta razón tiene, a su vez, por causa principal la asimilación de la derecha con el franquismo, llevada a cabo durante toda la Transición por sus directos adversarios políticos, tanto socialistas como nacionalistas, y ante lo que la derecha vasca no ha podido o sabido articular respuesta. De ahí que el terrorismo lo tuviera aún más fácil para cebarse sin compasión con ella y minorizar de paso a todo su entorno social. Y la consecuencia mayor de este fenómeno de estigmatización de la derecha vasca ha sido que su patrimonio político y cultural, esto es, la foralidad, los derechos históricos, las tradiciones vascas y el euskera, que durante todo el siglo XIX y primer tercio del XX permanecieron bajo su control, con la Monarquía como garantía y referente insoslayable, haya pasado íntegramente al nacionalismo.

Es cierto que hay un integrismo de base religiosa en el origen del nacionalismo vasco, pero mientras que el precursor catalán de Sabino Arana, el párroco de Sabadell Félix Sardá y Salvany, abominó en 1896 de sus posiciones intransigentes con su famoso artículo «¡Alto el fuego!», el fundador del PNV perseveró en ellas hasta convertir el integrismo en racismo. Es por ello que hay que denunciar expresamente el hecho de que un partido tan importante para nuestro sistema político como es el PNV tenga por referente ideológico principal a un racista y xenófobo. Sobre todo cuando podría prescindir perfectamente de él y acudir a las fuentes del autonomismo radical y fuerista de los Sota, padre e hijo, y los euskalerríacos, por ejemplo, para buscar orígenes más presentables en Europa.

Otra razón fundamental de por qué no se denuncia este racismo de Sabino Arana con todas las consecuencias tiene que ver con la idea, nunca bien investigada hasta ahora, de que el nacionalismo vasco surge de la entraña misma de la historia de España, de su españolismo más profundo. Y hay una especie de mala conciencia que procede de nuestra secular tradición de limpieza de sangre, originada antes de los Reyes Católicos y que se extendió por toda la época imperial. Pudiera parecer a muchos que denunciar el racismo del fundador del nacionalismo vasco debiera llevar a continuación, como hace cierta corriente minoritaria de la investigación actual, que la compara anacrónicamente con el nazismo, a denunciar la limpieza de sangre española. Pero no hay tal, puesto que Sabino Arana Goiri, de modo muy evidente en su folleto de 1897 «El partido carlista y los fueros vasko-nabarros», da el salto de la interpretación religiosa de la limpieza de sangre, típica del carlismo y el integrismo, a la interpretación racial de la misma, propia del nacionalismo, haciendo una lectura delirante del contenido de la ley XIII del Fuero Nuevo de Vizcaya de 1526, afirmando: «De donde se deduce que sólo con esta ley, y aun cuando los bizkainos no tuviesen (que sí la tenían) otra no escrita y referente a la pureza de raza, se preservaban de hecho del contagio del pueblo español».

Si verdaderamente el nacionalismo vasco pretende que Euskadi tenga voz propia en Europa, las «Obras Completas de Sabino Arana Goiri», sin reeditar desde 1980 pero presentes en muchas bibliotecas públicas del País Vasco, no van a poder pasar nunca el filtro de la corrección política, por mucho que se contextualice su escritura a finales del siglo XIX. En aquella época se utilizaba a discreción el concepto de raza, y basta acudir al propio tradicionalismo español para comprobarlo, pero siempre se hacía en un sentido histórico, cultural, lingüístico y religioso, nunca en sentido biológico. No leeremos en las obras de Marcelino Menéndez Pelayo, por ejemplo, que utilizaba mucho el concepto de raza, nada parecido a lo que Sabino Arana les decía a los vascos que no se convertían en nacionalistas y, además, apelando a Europa: «Vosotros, sin pizca de dignidad y sin respeto a vuestros padres, habéis mezclado vuestra sangre con la española o maketa, os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciable de Europa, y estáis procurando que esta raza envilecida sustituya a la vuestra en el territorio de vuestra Patria».