Paloma Pedrero

Preñez psicológica

La otra noche mi perrilla comenzó a gemir y a intentar subirse a mi cama. Era de madrugada y me extrañó, ella siempre respeta mi sueño. Así que le pedí que volviese a su colchón. Normalmente me hace caso, pero la otra noche no había manera. Me pedía a gritos que me levantase y fuera con ella al salón. Tan insistente se puso, que lo hice. Una vez allí miró hacia la estantería en la que están sus juguetes. Mi perra me habla, y yo entendí que quería uno. Le bajé varios y ella eligió un perrito de peluche gris. Ahí empezó una locura tremenda. Corría con él en la boca por toda la casa, le intentaba dar teta, buscaba cobijo en los rincones y gemía como una desesperada. Yo no comprendía aquello, hacía dos meses que había tenido el celo sin monta de macho, de modo que no podía estar preñada. Pero ella actuaba como una madre sin recursos. Al final, como ansiaba tanto subirse a mi cama, la dejé. Y allí, apoyada en mí y con su peluchillo apretado, consiguió relajarse y dormir. A la mañana siguiente seguía igual. No quería comer, ni salir, ni siquiera jugar con su amada pelota. Preocupada, llamé al veterinario, y este me dijo que la perra padecía un embarazo psicológico. Y yo que pensaba que eso era un cuento. Pues no, ni es cuento ni es tan psicológico. Verán, dicen que es herencia de las lobas. Como sólo la más fuerte se queda preñada, las hermanas hacen el proceso hormonal con ella para que cuando la madre tenga que salir a cazar y cuidar a la manada, ellas puedan criar a los cachorros. Las lobas, al igual que las perras salvajes, consiguen hacer ese prodigio para ayudar en la conservación de la vida. Increíble. Es como en los humanos, que el cuerpo tienes sus razones que la mente no puede explicar. Pura maravilla.