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Nacionalismo

Profesiones de riesgo

La Razón La Razón

He visitado Barcelona este fin de semana. El primer taxista que me trasladó estuvo explicándome lo indignados que andan los de su gremio con los conductores de la plataforma Cabify y avanzó como «muy follonera» la huelga que piensa secundar con sus compañeros en breve para defender sus intereses, porque la suya «es una profesión arriesgada y amenazada». Nuestra conversación derivó inevitablemente en el referéndum de octubre. Él se declaró favorable, vehemente independentista, fan absoluto de Gabriel Rufián, «le llevaría gratis a donde me pidiese él», aseguró, deseoso de romper cuanto antes con el Estado opresor que, a su juicio, es «el único culpable de todos los males de los Països Catalans». Como los nacionalismos me parecen anacrónicos, intenté rebatir sus ideas con realidades objetivas de lo que supondría para ellos desvincularse totalmente de España. Al poco, me di cuenta de lo inútil del esfuerzo dialogante. Impermeable al razonamiento ajeno, la de este taxista treintañero me recuerda a la pasión irracional del ultra de un equipo de fútbol. «Ganará el sí, os guste o no a los españoles», zanjó.

Al volante del segundo taxi que tomé, un catalán contrario al Govern, convencido de que la consulta fracasará por goleada. «Aquí no va a moverse nada. Ni mis hijos ni sus amigos quieren la independencia, nos han vendido una patraña». A él le preocupan los VTC y lo sucia que se está poniendo Barcelona. «Cada vez cuesta más ejercer aquí, llega demasiado turismo mochilero alérgico al taxi, hay exceso de carriles bici y falta de ayudas para nuestro sector. Nos veréis protestar el día de la huelga».

Divididos en lo ideológico aunque unidos en lo económico, los taxistas catalanes reflejan perfectamente el sentir de su sociedad, nerviosa crónica en una sala de espera, instalada en la incertidumbre y preocupada, sobre todo, por su dinero. Lo mismo que los altos cargos de la Gene-ralitat que han ido dimitiendo de sus funciones públicas. Lo mismo que otros tantos, en la encrucijada de sacrificar dinero por procès, ya se sabe que la pela es la pela. De todos modos, para profesión arriesgada, la del funcionario. «Menuda papeleta, ¿qué hago yo en octubre, a quién obedezco? Como la cosa se ponga fea, cojo vacaciones o me doy de baja por enfermedad, paso de problemas», me confiesan algunos mossos en petit comité. Te escribo desde el AVE de vuelta pensando en mis amigos catalanes. Tremenda papeleta.

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