Pedro Narváez

Prohibido hacerse un Soria

La Razón
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Si algo enseña la letanía de los «papeles de Panamá» es que para sobrevivir en la política de estos nuevos tiempos hay que decir la verdad. El paroxismo de la ejemplaridad llega tan lejos que acabarán metiendo en la cárcel a un ciudadano si deja en la calle una caca de perro. Respuestas exageradas a problemas de andar por casa. Y si el que comete la fechoría canina es un político, a las mazmorras. La verdad. Sin embargo, la política es el arte de la mentira, de las promesas incumplidas y los sueños rotos. No sólo en España, es un ADN universal, de la Casa Blanca a la modesta Moncloa que es más bien lugar de chascarrillos quevedescos. Con cumbres lingüísticas mayores que la de érase un hombre a una nariz pegado.

Por eso animo a los ministros, diputados y demás personal en decadencia a que no mientan, porque el embuste será su inyección letal. La verdad juega a la gallina ciega. Pero siempre desemboca. Y ya puestos, mejor hacerlo en agua clara que en la ciénaga done viven los monstruos. En definitiva, que no se hagan un Soria, el hombre al que todos los caminos le conducen a Panamá, ya sea el país centroamericano como a la sede del Ministerio que se alza en la calle de nombre homónimo al de los Papeles. El azar juega estas malas pasadas. Diríase que el destino estaba escrito desde que Soria llegó para hacerse la cama en la que tal vez soñaba con ser presidente. El sueño, como el miedo, es libre. Que consulten los ministros el callejero como si fuera el tarot de la bruja Lola. Mi calle tiene nombre de escritor, a ver si se me pega algo, aunque me temo lo peor. La escritura llega del cielo o del infierno y los comunes no pasamos del purgatorio de los días. Cuando llegué a Madrid me ofrecieron vivir en Payaso Fofó, y no se me ofendan los que allí habitan, pero no podía evitar la risa imaginando el nombre en la correspondencia, así que busqué otra cueva. Soria se encastilló en la suya, como el oso Yogui en el parque de Yellowstone. Y así acabó en un dibujo animado. Estamos en temporada de caza mayor. Sólo que Soria se abatió a sí mismo y dejó en el consejo del Ejecutivo trampas mortales de las que pudieron salvarse. Por ahora al menos. Les ha hecho otro agujero en la fosa de los escándalos.

Crisis cerrada con moraleja de fábula para los que aún no han salido en las filtraciones: si se hacen un Soria, antes que una segunda explicación, preparen la dimisión. Y no se presenten como mártires, que es el último refugio del patetismo. Lo dice la canción de la gramola: «la vida es así, no la he inventado yo».

Los propios políticos se han impuesto unas reglas, algunas muy injustas, para calmar a la jauría callejera. Ahora no les queda más que la obligación de cumplirlas. O irse de vacaciones a Canarias, que es donde Soria, con una hora menos que en la península, reaccionó tarde. Como antes lo hicieron, de Chaves a Griñán, todos los que no aprendieron la asignatura pendiente de la sinceridad poniendo en jaque a los que un día no muy lejano confiaron en ellos.