Alfonso Ussía

«Púnica granatum»

Viven y crecen en mi paraíso de La Montaña dos «Púnica Granatum». Todavía, a pesar de sus casi veinte años de existencia, no han superado la condición de arbustos. En verano se colorean con abundantes flores rojas con pliegues blancos, serenas y extravagantes simultáneamente. La «Operación Púnica» se ha inspirado en ellos para dar nombre a la actuación policial. Resulta paradójico que la repugnante y extendida corrupción política que nos avergüenza a los españoles se persiga desde denominaciones tan agradables. «Púnica Granatum». Granado, Granados.

Lo he tratado poco. No es simpático. Asistió a algunos actos en LA RAZÓN cuando aún era alguien en la política. Un alguien que se movía como un todo, muy seguro de sí mismo, condescendiente. No me interesa la leña del árbol caído, y menos aún, si la leña está atacada por la corrupción, pero a toro pasado puedo asegurar que su persona siempre me produjo una inquietud difícil de argumentar. Esperanza Aguirre lo aupó y años más tarde se lo quitó de encima en todos los órdenes. Espió a su compañero Ignacio González, en el que veía a un enemigo más que a un adversario, para culminar su futuro. Pero no tenía aspecto de trincón. La verdad es que no tenía aspecto de nada, y ese rasgo es el que lo hacía temible.

Con Granados han detenido a cincuenta personas más. Al menos en Madrid, el Estado de Derecho funciona. Esperanza Aguirre ha pedido perdón a los madrileños por la confianza que depositó en Granados durante años. Tomás Gómez no ha hecho lo mismo con su protegido, el Alcalde de Parla. Rajoy, al fin, parece decidido a expulsar del PP a los presumibles corruptos, y el PSOE, que ha sido más rápido y contundente, ha manifestado a través del riojano Luena que prefieren pecar por exceso que por defecto. Ayer en Madrid, no se hablaba de otra cosa que del escándalo y la gran redada de la «Púnica Granatum». Resulta curioso que la persecución del delito y la detención de los posibles delincuentes sea tan sencilla en Madrid y tan complicada en Cataluña y Andalucía. Somos todos iguales ante la ley, pero en Cataluña y Andalucía la ley y sus representantes son zancadilleados permanentemente y nada sucede. Nos decía en LA RAZÓN don Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ, que un juez cualquiera encargado de un caso de corrupción tiene ante sí un reto farragoso que debe aclarar individualmente. De acuerdo. Pero también es cierto que Granados, Fraile, Correa, Bárcenas y demás imputados por casos de corrupción han salido de sus casas o de los Juzgados detenidos o esposados. Y que la confesión pública de un delito como la protagonizada por Pujol, ha sido contestada con una pusilánime respuesta judicial. Ahora está la supuesta cuenta suizo-andorrana del Alcalde de Barcelona, al que veremos si Arriola permite investigarlo. Y en el sur, la inacabable y corrosiva corrupción de los falsos ERE, que parece que esa manifestación de continua delincuencia no tiene cabida en la capacidad de adjetivar del PSOE. La síntesis de todo esto es que España no puede soportar un escándalo más, y cada día que pasa ese escándalo surge, y da paso a otro mayor, mientras la Justicia cae continuamente en el agravio comparativo de acuerdo al lugar donde la corrupción se produce.

Se me antoja que lo de pedir perdón se ha convertido en un «tic» en el que nadie cree. No se regenera la política española pidiendo perdón. Se regenera y se volverá a creer en ella cuando, sin importar quién y dónde delinquió, sea catalán, andaluz, vasco o madrileño, la Justicia actúe con igual celeridad y competencia y recaude a los corruptos con similar severidad sin hacer caso de recomendaciones políticas. Creo que más claro no se puede decir. Granados, por presunto corrupto, ha sido detenido. Pujol, como corrupto confeso, vive en su casa de Barcelona con toda la pandilla. Y en Andalucía... ¡Ay, Andalucía!