Reyes Monforte
¡Qué frío!
Qué frío se llega a sentir en esta vida. No, no hablo del tiempo; aún no he llegado a ese punto sin retorno en este espacio que compartimos. Es un extracto de «Noches blancas» de Dostoyevski, y tampoco hablaba de la meteorología. Cuanto más vives, más se te hiela la sangre, el corazón y el entendimiento. Una ciclogénesis en toda regla.
El mundo es un lugar frío, pero lo hacemos aún más quienes lo habitamos. Al conocer la historia de Nathaly Salazar, uno confirma esta creencia. Nathaly era una joven que se encontraba haciendo turismo de aventura en Perú. Según la policía de aquel país, mientras practicaba tirolina se produjo una gran tromba de agua y ella se ofreció a ayudar a los guías turísticos para evacuar a una familia que no tenía tanta experiencia física como ella, una experta monitora. Al parecer, se produjo un accidente –todavía está por ver la naturaleza real del suceso– y uno de los guías la aplastó. Lejos de auxiliarla, los dos monitores decidieron ocultar su cadáver. Las investigaciones dirán si su muerte se debió o no a un accidente, pero el comportamiento de los monitores no tiene nada de fortuito. Negar el auxilio a alguien que se ha ofrecido a ayudar, dejar abandonado su cadáver arrojándolo al río y robarle sus enseres personales, también el teléfono móvil –supongo que para evitar su posterior localización–, sólo puede definir a ciertos especímenes de la raza humana. El único consuelo que le queda a su familia y al resto de la humanidad, es pensar que Nathaly no se enterase de nada, y no me refiero al accidente, sino a la infamia cometida contra ella. No hay que irse lejos, la vileza acampa en cualquier rincón; en la carretera de Fuente el Saz donde Alejandra fue atropellada y abandonada por un conductor que se dio a la fuga y fue detenido en un avión cuando intentaba huir del país, o en el pozo de una nave industrial de Rianxo donde fue encontrada Diana Quer.
Lamentablemente, tenemos la vida llena de estas historias y las noches siguen siendo tan blancas como las esbozadas por Dostoyevski. «Mira, se dice uno a sí mismo, mira qué frío hace en el mundo».
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