Cristina López Schlichting

Qué gilipollas

Dicen que el periodista no debe escribir de sí mismo y por la redacción circulaba un chiste sobre Julián Marías, que siempre encabezaba con el pronombre «yo», pero es mentira. Cuando el periodista es muy bueno acaba remansándose en columnas que sólo hablan de sí mismo, porque lo que importa es justo cómo ve y vive ese hombre o esa mujer que escriben extraordinariamente. Podríamos hablar de literatura, pero no es verdad del todo porque los grandes columnistas son sobre todo periodistas. A veces ni siquiera saben escribir buenas novelas. José Luis Alvite ha escrito una sola larga columna sobre su vida de antihéroe y gallego áspero y sentimental, siempre cansado y casi siempre nictálope. Un tipo que parecía no hacer nunca nada hacía de cada artículo una historia de la que no conseguías bajarte hasta el punto final. Resumía que «como nunca he conseguido grandes objetivos, tampoco he cosechado grandes decepciones». Otra mentira, porque la suya es la historia de la vieja pasión: «Me volqué en este bendito oficio hasta olvidarme de los míos y buscar en la calle el afecto de los perros. Por mi manera de entregarme al periodismo jodí mi matrimonio y aún ahora la hija que tuve entonces me mira con curiosidad y siente cierto pudor al abrazarme». ¿Cuántos de nosotros somos alcohólicos por consolarnos de una trinchera, cuántos hemos jodido nuestro matrimonio por los viajes o los cierres a altas horas, cuántos abrazamos amores mercenarios porque cuando salimos ya no queda nada abierto? Esta profesión te come la sangre y te lo da todo. Anson me enseñó: «Perro no come carne de perro» y yo, que pensaba que aquello era sucio corporativismo, he aprendido que no podemos descarnarnos unos a otros porque bastante tenemos con lanzar dentelladas contra el poder, el despotismo empresarial, el hambre y el frío. Alvite es un maestro de perros, como Umbral, Campmany, Camba, Larra. Uno de los grandes. Qué titulos: «Mujer a deshora», «Berrea de Jazz», «Amanecer con tren». Qué metáforas: «En una gotera del baño cojeaba el tiempo». Sus frases, llenas de tabaco y alcohol y mujeres, recalaban en la Generación Perdida, en las pelis del Oeste, en los colores de Toulouse-Lautrec. Era feo y pesimista, como Valle, pero todas queríamos ser suyas, para que se nos sentase a fumar y hablar despacio a los pies de la cama. Qué gilipollas. La gente piensa que soy algo así como poderosa y arrasadora y lo que pasa en realidad es que me cago de miedo en una reunión social. Por eso nunca lo saludé en LA RAZÓN. Qué gilipollas. Pude haber estado entre sus líneas maestras.