Lucas Haurie
Quedarse o irse
Aunque poner la mano en el fuego por la honradez de alguno de los dos sea un salvoconducto a la Unidad de Quemados, quizás no tanto por un dudoso afán de enriquecimiento sino por un seguro patriotismo de partido que los ha llevado a bendecir la rapiña de bandidos bajo su protección, existen notables diferencia entre Griñán y Rajoy a la hora de afrontar los desmoralizantes sucesos recientes. Básicamente, sus actuaciones muestran la distancia entre un hombrecillo huidizo al que miran con recelo tanto sus conmilitones como sus socios parlamentarios y el gobernante bajo mayoría absoluta que se sabe respaldado por una organización granítica. Por eso, uno sale corriendo y el otro capea la tormenta amarrado al timón, aunque ambos se parezcan hasta lo irritante en ese negacionismo (perdón por el palabro) a ultranza que insulta a la ya muy ofendida inteligencia de los ciudadanos. El Consejo de Ministros lo vicepreside con atribuciones de plenipotenciaria una mujer joven que bien pudiera haber sido el perfecto trasunto matritense de la próxima inquilina de San Telmo, salvadas las siderales distancias académicas. Sin embargo, Mariano Rajoy obtuvo en recientes elecciones una victoria arrolladora que en el caso de Griñán fue derrota endulzada por el caramelo envenenado de una IU de creciente radicalidad. El uno recibió de las urnas un mandato inequívoco; y el otro, se atornilló en la poltrona gracias a la aritmética tras cosechar una derrota histórica por inédita. Ninguno levanta el más mínimo entusiasmo, todo lo contrario, pero ambos han hecho lo que debían.
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