Francisco Nieva

Raros y estupendos

Siento una especial debilidad por lo raro, quién sabe si a partir de los catorce años, después de leer «Los raros», un brillante ensayo de Rubén Darío. Mi padre no me impuso seguir carrera alguna. Ya se vería con el tiempo qué rumbo tomaría mi vida. Pero si me hubiera preguntado alguna vez: - «¿Tú, qué quisieras ser en la vida?», habría respondido: - «Yo quiero ser un raro, papá». En el mundo del arte y de la sociedad en la que me desenvuelvo, lo raro me fascina, lo mismo si se trata de Valle-Inclán que de Freddie Mercury. Lo raro es excepcional, lo raro es original y lo original es lo raro. Yo entiendo y admiro a los raros en cualquier nivel o estrato social en que se den. Mi amigo, el poeta Claudio Rodríguez, era un buen raro en la Academia, por completo carente de una mentalidad académica. Un niño poeta, un «purísimo», sin resabio alguno. Yo lo consideraba una prenda de lujo para la Institución.

Al raro fascinante se lo perdono todo, que sea drogadicto o alcohólico, que sea un perdedor o un ganador. Su rareza lo salva, en primera instancia de la vulgaridad, aunque tenga sus incomodidades y contrariedades. Por ejemplo, Javier Gurruchaga siempre me ha parecido un raro «showman» de la música popular en España. Admiro cómo ha sabido construirse un tipo detonante, ambiguo, enigmático. Yo podía estar pensando en cómo resolver escénicamente una ópera de Verdi y, si en televisión aparecía Gurruchaga y la Orquesta Mondragón, percibía la rareza y originalidad del cantante. Qué tipo tan complejo y qué raro buen gusto el suyo. Me recordaba el Cabaret berlinés de la grande époque, con un punto de cinismo desafiante, máscara emblemática del Variety intelectual, irónica, nostálgica, un acierto estético total. Y en este medio, donde reina la más insoportable vulgaridad. La vulgaridad se burla de lo raro, le parece un desacato a la comunidad, irrita, ofende... Espero que no ofenda a Cayetana de Alba, una rara estupenda, que ha logrado fascinar a mucha gente. Entre ellos a mi amigo Jesús Aguirre, fino individuo y un raro más, no bien comprendido por su entorno social. Quienes los juzgaban una pareja irregular se equivocaban muy groseramente. La rara y el raro se supieron apreciar mutuamente y en profundidad. Yo apenas he tratado con la duquesa, la he visto siempre en perspectiva documental –prensa y televisión–, como pudiera ver a Valle-Inclán, en diferentes documentos periodísticos. Pero los dos en el radio de lo raro fascinante y al extremo opuesto de la vulgaridad. Los dos tienen algo de goyesco espectacular, estampas de un contenido psíquico profundo, casi hipnotizador. Cayetana ha tenido quien la admire y goce infinitamente de su intimidad.

No para todos, claro está. En general, se aspira a una regularidad que nos defienda pareciéndonos a los demás, confundiéndonos con los demás, sin llamar la atención, dominando el medio social desde un incógnito relativo, a ser posible ni tan vulgar ni tan detonante. Recuerdo que Valle-Inclán se escondía tras alguna columna publicitaria cuando veía venir en sentido contrario a un grupo de gente vocinglera vulgar. Temía los comentarios al paso. Todos los raros son tímidos también, y esto los hace –para mí– más conmovedores e interesantes, aumentando su complejidad y su fragilidad espiritual. Y es esa rara complejidad lo que a mí me ha fascinado siempre, tanto si son famosos como si no.

Pero distingamos, yo aprecio lo raro y lo singular en su aspecto más positivo, literario y artístico. La rara exquisitez. Porque Hitler y Bin Laden también eran raros y fascinantes para una multitud. Abominable fascinación. Los raros que yo estimo y aprecio no tienen un destino trágico, ni son raros por ser abominables asesinos, todo lo contrario. Son frágiles, sensitivos y se les puede hacer mucho mal, cuando por ser raros y diferentes se les puede estigmatizar, excluir de la sociedad. Y éste es el gran pecado de la humanidad. El crimen social, un testimonio vergonzoso de la extrema ferocidad de la que el ser humano puede ser capaz. El odio social animalesco, depredador y destructivo. No existe para el hombre mayor condenación.

Cuán diferente, amable y humano es el reverso de la medalla: los raros benéficos y gratificantes. ¡Qué tiernos, qué atractivos, encantadores, fascinantes, amables y honorables son Valle-Inclán, Claudio Rodríguez, Freddie Mercury, Javier Gurruchaga, Jesús Aguirre y Cayetana de Alba! Estas opiniones mías bien pueden hacer sospechar de lo raro que también pudiera ser yo. ¡Ojalá!