Alfonso Ussía

Rascas, y sale el PSOE

Pido perdón por si la reiteración me llama. Algunos lo saben y otros no. Rosa Díez, cuando era socialista entusiasta, formó parte del Gobierno presidido por el «Lehendakari» Ardanza, que de acuerdo o en desacuerdo con sus vaivenes e ideas, es un político educado, romántico y respetable. Cuando escribo que es romántico me refiero, claro está, al romanticismo, al bucle melancólico de Juaristi, al sueño verde primaveral de una inexistente nación vasca en la que en todas sus praderas bailan las «neskas» mientras los hombres entonan en la taberna canciones de árboles y olas.

Rosa Díez era consejera de Turismo, si no yerro. Y un genio, que se llamaba Antonio Mingote tuvo que sentarse en el humillante banquillo de los presumibles delincuentes por su culpa. Rosa Díez puso en marcha un programa divulgativo del País Vasco, remarcando todas sus bondades y bellezas –que son muchas–, y obviando sus miserias y perversidades terroristas y nacionalistas. «Ven y cuéntalo», rezaba el mensaje. Creo que fue en la playa de Zarauz donde la ETA explosionó una bomba. Falleció una mujer. Su cuerpo destruido por la metralla contrastaba con las olas que rompían en la arena y el vuelo de las gaviotas. Y Antonio Mingote publicó un dibujo en «ABC». La mujer muerta sobre la arena y la leyenda «Ven y cuéntalo».

Rosa Díez presentó una querella criminal contra el intelectual más tolerante y pacífico de entresiglos. Mingote declaró ante Su Señoría y Mingote fue procesado. Lo juzgaron, y fue absuelto. Pero yo viví junto a él aquellos días amargos en los que su genialidad se convirtió en estupor, incomprensión y desasosiego. Soy cristiano para mí, pero no tanto para mis amigos. Perdono los agravios que me hieren, pero no los que hieren a quien no hizo en toda su vida, arte y talento, otra cosa que el bien. Y a Rosa Díez la tengo un tanto atragantada, no digiero bien ni sus demagogias, ni sus afanes permanentes de engañar a las baldosas que pisa.

Rosa Díez no gusta del Himno Nacional en los funerales de Estado. Ni en los actos de Estado. Rosa Díez prefiere que a la llegada de los Reyes a un acto oficial suene «La Violetera» y no el Himno Nacional. Rosa Díez, probablemente, no ha adquirido por culpa de sus permanentes requiebros políticos la suficiente serenidad para asumir, le guste o no, que el Himno Nacional nos pertenece a todos los españoles desde los lejanos tiempos de Carlos III, que convirtió en Marcha Real la llamada Marcha de los Granaderos. Tiempo suficiente ha tenido Rosa Díez para aprender a respetar el Himno Nacional, y no quiero insinuar con esto que Rosa Díez fue coetánea de Carlos III, el que diseñó, junto a su ministro Valdés, la Bandera de su Armada, que pasaría a ser la Bandera de España excepto en la Segunda República, porque la Primera República, que fue tan caótica como la Segunda pero más educada y menos sangrienta, mantuvo los colores de una Bandera que se identificaban con todos los españoles, conservadores y liberales, monárquicos y republicanos.

A todas las preocupaciones que tenemos que superar y solventar los españoles de hoy, hay que sumar este nuevo e inesperado desasosiego. Que a Rosa Díez no le gusta el Himno Nacional, que al contrario de lo que muchos opinan, es un Himno limpio y de todos, porque carece de letra y a nadie ensalza y a nadie ofende. Quizá Rosa Díez desea como Himno Nacional, en honor a su nombre, un tramo de la zarzuela «La del Manojo de Rosas», que en su caso sería «La del Manojo de Espinas».

Rascas, rascas, y sale la socialista de siempre.