Irene Villa
Regalo fugaz
Apasionada, vital, optimista... joven. Así es como se ha ido quien demostró ser toda una heroína tanto en los circuitos como fuera de ellos. El fallecimiento de María de Villota nos ha dejado consternados, tristes, abatidos. ¿Cómo imaginar que tras el milagro, la lucha y la superación, vendría esto? Recuperada, feliz y llena de esperanza, había dirigido su vida a ayudar a los demás, a mostrar al mundo que se puede salir adelante en cualquier situación, y que las dificultades están ahí para fortalecernos, para valorar lo que tenemos y para que nos veamos obligados a sacar la mejor versión de nosotros mismos. Porque, como ella sabía muy bien, ésa es la mejor y más gratificante forma de vivir: sólo cuando se pone pasión, trabajo, alegría y ganas, se es capaz de ver la vida, en toda la extensión del término, como un regalo que nunca hay que dejar de agradecer. Tanto lo bueno como lo malo aparece para enseñarnos algo. Porque la vida es una continua lucha y aprendizaje, hay que vivir creyendo que «lo mejor está por venir», como le dijo a María su padre cuando aún se estaba recuperando de aquel brutal accidente automovilístico. Positiva, recién casada y con muchos nuevos proyectos, afirmaba que la clave en la vida es ser buena persona y vivir con pasión. Y eso es lo que transmitía con su ejemplo, ése que jamás morirá. Se fue enseñando al mundo «lo que de verdad importa», y nos dejó un valioso legado: «La vida es un regalo». Claro que lo es. Un regalo fugaz.
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