José María Marco
Relación normalizada
La visita de Mariano Rajoy a la Casa Blanca cierra casi diez años de relaciones distantes. Durante gran parte de su mandato, Rodríguez Zapatero optó por sacar rédito político a la mentalidad antinorteamericana de una parte de la sociedad española y echó a perder los avances conseguidos con Aznar. Fue una de las grandes bazas de la política interna de aquellos años. En sus últimos tiempos en La Moncloa, el responsable de aquella política tuvo que rendirse a la realidad. Obama no iba a ser el Rodríguez Zapatero del orden mundial. En consecuencia, Rodríguez Zapatero giró hacia la colaboración –discreta, eso sí– que le llevó a negociar y a firmar, casi en los últimos días de su mandato, un acuerdo sobre los barcos norteamericanos que participan desde Rota en el escudo antimisiles.
Rajoy ha continuado esta línea, con la ventaja de no tener detrás el lastre de unas decisiones que hacían imposible una relación normalizada entre los dos países. Dos años después de ser elegido, el presidente del Gobierno español presenta hoy en la Casa Blanca una ejecutoria que le permite afirmar que España ha sentado los fundamentos para una salida de la crisis estable y duradera. España vuelve a ser un país fiable, y en la Casa Blanca, enfrentada a serios problemas internos y un descenso notable de la popularidad del presidente, sabrán valorar una oferta de colaboración como esta. Va centrada, como es natural, en el apoyo de nuestro país al Tratado de Libre Comercio y en profundizar y mejorar las relaciones económicas entre los dos países: más exportaciones en ambos sentidos y más inversiones. La relación con Estados Unidos se desarrolla naturalmente a partir de los pasos que se han venido dando dentro.
Estratégicamente, las bazas de España son importantes, en particular en Latinoamérica y el norte de África. Las culturales abren un abanico de oportunidades que podría ser mayor para beneficio de los dos países, en particular del nuestro. El problema de fondo, sin embargo, supera la capacidad de acción del Gobierno. Lo ocurrido en las relaciones con Estados Unidos demuestra que al no existir un consenso sobre la nación española, no hay tampoco consenso sobre el que fundar la política exterior. Parece más razonable, por tanto, limitar las ambiciones. Basadas en la pura voluntad, estas pondrían en peligro lo que ya se ha conseguido recomponer. Siendo las cosas lo que son, vale más la prudencia. También conviene ser consciente de lo mucho que se está echando a perder.
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