José Luis Requero

Representatividad y democracia

La bondad de un sistema electoral pasa por que refleje las opciones políticas más representativas y garantice la gobernabilidad, ya sea del Estado, de una región o de un municipio. Desde estas premisas nada hay que objetar a dos recientes iniciativas: ni a la propuesta de elección directa de alcaldes ni a la reducción del número de diputados en el parlamento de Castilla-La Mancha, hecho éste en principio aislado pero de alta significación y que puede marcar una tendencia.

En cuanto a la elección directa de alcaldes, la propuesta no es ni novedosa ni privativa del actual partido en el Gobierno. Sorprende el «rotundo no» del actual secretario general del PSOE cuando fue ese partido el que lo planteó en 2002 y en 2004: el Ministerio para las Administraciones Públicas anunció que el Gobierno socialista estaba decidido a promover esa elección directa. Estos cambios de parecer evidencian que caben dos debates: el estrictamente político y el técnico, en el que se barajarían los distintos sistemas de elección directa.

En lo técnico imagino que se plantearía un sistema de doble vuelta, lo que no deja de tener ventajas pues –de acudir a una segunda vuelta– los ciudadanos ya votarían concretas alianzas y no, como ahora, alianzas poselectorales ocultas o, en el mejor de los casos, intuidas. Además, la elección directa plantearía lo que se llama la «parlamentarización» de los plenos, que pasarían a ostentar funciones de debate y control.

El debate político ya es otro cantar. La crítica que se ha hecho a la propuesta pasa por los cálculos electorales para la convocatoria de 2015 y en cómo incidiría un sistema de elección directa. Esas críticas han venido de aquellos partidos no mayoritarios que verían peligrar la posibilidad de participar en gobiernos de coalición o, sin hacerlo, la posibilidad de engrosar lo que se llama «mayorías progresistas». La cuestión no es fácil y se trata de responder a qué es lo mayoritario, es decir, lo que está en la base de la democracia: o lo que representa el partido más votado o los partidos ciertamente perdedores, pero que por responder a una determinada tendencia suman un parecer mayoritario. La solución puede venir de la elección directa y que en la segunda se voten ya alianzas.

En cuanto a la reducción de diputados en el Parlamento castellano manchego, ya no se trata de una propuesta sino de una realidad. De momento se pone fin a unos vaivenes que empezaron en 2007, cuando, con mayoría socialista, esa Cámara pasó de 47 a 49 diputados; luego, en 2012, con mayoría conservadora, de 49 paso a 53 y ahora, finalmente y con la misma mayoría, el número de diputados queda en 33, a lo que se añade la supresión de sueldos

Como en el caso anterior, caben dos lecturas. En cuanto a la técnica, nada que objetar si es que con la reforma se garantiza esa representatividad a la que hacía antes referencia. Y, de nuevo, la política centra el meollo del debate. Coincide con la propuesta de elección directa de los alcaldes en que esa reducción perjudica a los grupos minoritarios que, para sacar un diputado, tendrán que obtener un 18% de los votos en algunas provincias.

Y sin salir de Castilla-La Mancha, la supresión de sueldo a los diputados es otra iniciativa que sonará bien en términos no ya de gasto, sino de respetabilidad de los políticos. Ahora bien, habrá que preguntarse a partir de ahora quién será diputado, porque tal medida presagia que se fomentará esa figura tan denostada como es la del político o el sindicalista profesional, a sueldo del partido o del sindicato.

Si estas iniciativas buscan depurar las instituciones, en términos de democracia más auténtica, habrá que hacer mucha pedagogía para que no acaben dando más argumentos a los antisistema, que sostienen que no hay democracia real si los minoritarios no tocan poder y se fomenta el bipartidismo, algo a lo que, dicho sea de paso, no hay que hacer ascos. Lo antidemocrático es ignorar los programas e incumplir promesas o gobernar gracias a una mayoría artificial, que un partido perdedor y sin contar con su electorado, se entregue a los designios coactivos de minorías radicales con tal de gobernar.