Pedro Narváez
Revolución farlopa
Hasta doce fuentes cita «The Wall Street Journal» para confirmar que Diosdado Cabello, la sombra de Maduro, es el jefe de un cartel del narcotráfico, la droga como estimulante de la revolución bolivariana o como veneno para los neocon que dejan rastro en los baños del Congreso de los Estados Unidos, qué más da, cocaína para el pueblo que anhela la Felicidad Suprema, la meta que perseguían los discursos que asesoraba el ahora tertuliano Monedero. Al ex número tres de Podemos le parecía Cabello mejor heredero de Chávez que Maduro, con tanto médium en forma de pajarito y tantas manitas con Obama por debajo de la mesa de Panamá. Ahora ya sabemos las líneas rojas o las rayas blancas que no había que traspasar para el régimen bolivariano. Cabello puso a Podemos y a Syrizia en el mapa mundial del chavismo, eran las mulas que traspasarían fronteras para llevar a Europa el remedio contra la desesperanza. Pero el héroe de los populistas españoles resulta ser un delincuente en polvo que engorda sus cuentas cortando farlopa. Es lo que tiene abrazar a caudillos en Venezuela, que te contagian la sarna que con gusto no pica. Sublime. Podemos ya no quiere ser Caracas, donde uno se muere de hambre o de un cruce de navajas, sino Helsinki, la ciudad de los suicidios de marca y la cocaína de despacho. Ya es tarde, sin embargo, para repudiar al padre, a la pus que supura un régimen en el que los criminales te piden tapar la nariz por la corrupción, que para abrirla y esnifarla ya está Cabello, el pelo en la sopa que ahora tiene que tragar Monedero.
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