
Martín Prieto
Rompecabezas peronista para «gallegos»

En Argentina, los españoles somos «gallegos», sinónimo a su vez de lentitud mental y pocas luces, y cansado de intentar dar con la piedra filosofal del omnipresente peronismo pedí ayuda a Guido di Tella, aristócrata criollo, cosmopolita, hispanohablante con acento de Oxford y ministro de Asuntos Exteriores de un gobierno justicialista. «Mi querido amigo: ustedes los gallegos no nos comprenden. Nosotros suponemos para Argentina lo que el Partido Demócrata para Estados Unidos». No espurrié la sopa porque estábamos a la mesa del embajador de España, y, advirtiéndolo, di Tella bajó el listón: «Mire, el peronismo es un sentimiento y entra por la piel». Es lo primero que debe entender quien pise el Río de la Plata con criterios políticos europeos.
En estas elecciones legislativas parciales previas a las presidenciales de 2015 ha ganado la oposición del Frente Renovador, encabezado por Sergio Massa, un cuarentón canchero (avivado), ex jefe de Gabinete (primer ministro) de la señora Kirchner y actual intendente (alcalde) de El Tigre, localidad de palafitos en el delta del Paraná, al norte del Gran Buenos Aires. El que ha retrocedido es el pomposo Frente para la Victoria, patroneado por el oficialista Martín Insaurralde, un obsecuente de la presidenta. Para la Casa Rosada no ha funcionado la populista rebaja del voto a los dieciséis años ni la sentimentalidad de la viuda «K» herida por un rayo cerebral de diagnóstico confuso. La batalla se ha librado en la provincia de Buenos Aires (donde vota el 37% del censo), feudo peronista por antonomasia. A la postre, todo queda en casa porque la pulseada la han librado dos caciques peronistas pertenecientes a dos tribus de la misma etnia: una, emputecida por dieciséis años de mandatos kirchneristas entre el marido y la mujer, y otra, dispuesta a renovar el mobiliario para continuar con el sentimiento epidérmico de Guido di Tella.
La política americana tiene la ventaja (especialmente sobre la española) de que los patidos funcionan por lemas, por facciones, tendencias organizadas que pactan o se enfrentan, y al final la lista más votada suma todas las demás. Dado que el peronismo es más un movimiento de masas que un partido de afiliación y que sigue utilizando a los sindicatos como correa de transmisión, desde la extrema derecha patotera (matonista) al radicalismo izquierdoso de los Kirchner (Los Reyes Católicos del Río de la Plata), reivindicador en su particular «memoria histórica» de la barbarie ideológica y estratégica de los «Montoneros» y todo el supermercado de la guerrilla. La locura, mezclada con la cleptocracia, propició que Hebé de Bonafini, presidenta de las Madres de Plaza de Mayo –con dos hijos perdidos en la represión militar (los publicitados 30.000 desaparecidos quedaron al final y oficialmente en 7.158, que son bastantes)– y gran defensora de ETA, adoptara a Sergio Schoklender, quien asesinó salvajemente a sus padres por la herencia y acabó gerenciando el tinglado de las Madres y de vuelta a la cárcel «por enriquecimiento ilícito, lavado de dinero, desvío de recursos públicos y asociación ilícita».
Es el paisaje de la corrupción kirchnerista, eje motriz del chavismo como nuevo socialismo del siglo XXI. En Argentina no se cumplirá, al menos, el principio chavista de reformas constitucionalistas que prolonguen los mandatos presidenciales. Aunque la «Señora» disponga de mayoría parlamentaria, el tropiezo electoral del oficialismo no le permite ya esa propuesta, y el emergente-sumergido-reflotado Sergio Massa no va a esperar seis años más. Todo ello descontando las capacidades físicas de la presidenta. A menos que se produzca una conjunción de los astros, «el renovador» (¿de la nada?) será el próximo presidente contra una inflación del 25% y una inseguridad ciudadana en la que da miedo llamar a la Policía Federal. Desmochará el culto-coartada a los soldados de Perón (se odiaban) y seguirá haciendo amables citas del Papa Francisco. ¿La corrupción institucionalizada? Ésa no la desmonta ni el general San Martín, aunque saliera de su tumba masónica en la Catedral de Buenos Aires.
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