Ángela Vallvey
San Fermín
La mitología clásica cuenta que Teseo era el héroe oficial de Atenas. Su papel en la sociedad estaba tan asignado y asegurado que debía ser funcionario. A pesar de todo, era un inmigrante, porque no había nacido en Atenas, y su hazaña más conocida fue derrotar al Minotauro en Creta, lejos de su destino oficial. En Pamplona, todos los años tiene lugar una suerte de competición contra el Minotauro, en el laberinto de calles por el que las bestias hacen su carrera atormentada.
Un toro no es lo mismo que un perro rabioso, desde luego, y probablemente, al contrario que un perro de presa airado, el toro no huele tan claramente el miedo humano. Para el toro, cualquier blanco móvil es un blanco propicio. El mozo que se mueve delante de sus ojos nublados de despecho es un objeto más que alimenta su furia, la simple y pura forma que adopta la ira saciada del animal cuando logra arremeter contra el incauto... Los animales carecen de moral y por tanto de intención. Sobrevivir es su única venganza, su única esperanza, su designio último.
El toro que corre por las calles de Pamplona en los encierros no sabe a dónde va, las voces lo aturden y el aire se llena con las contorsiones de los cuerpos humanos que lo rodean mientras lo ciega el terror. ¿Qué sentirá entre los mozos, trotando enloquecido?, ¿y qué sentirán los corredores al mirar dentro de los ojos del toro? Al ver su miedo animal luchando contra el humano. Perdiendo ambos miedos, el uno frente al otro... Entre el riesgo extremo y el sueño de ser invencibles hay un lugar para las más secretas fantasías, plenas de la intensa emoción de vivir: esa que consigue retar a la muerte mirando directamente a los ojos del peligro. Del Minotauro.
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