Ángela Vallvey
Sangre
Los últimos casos de (muy) jóvenes psicópatas que han matado, e incluso descuartizado, también violado, y están ocupando las páginas de sucesos de los medios de comunicación, han logrado aturdirme. Por su culpa, me siento moralmente hastiada y sospecho que he rebasado mi capacidad de soportar toda escucha, lectura, o especulaciones sobre este tipo de sucesos abominables. El simple enunciado de los crímenes resulta indecente, sucio, sórdido: una adolescente salvajemente violada y luego estrangulada por un tarado asesino que alegará, con idea de ser eximido de responsabilidad, que estaba colocadísimo mientras ejecutaba su crimen. Muchas personas de a pie no comprendemos por qué estar borracho o drogado cuando se comete un acto malévolo, sádicamente depravado, puede acabar constituyendo una «eximente» de responsabilidad penal, en vez de ser un «agravante». Otro chico mentalmente estropeado, espiritualmente roto, con el alma ajada, gastada, inútil, que asesina a una familia entera, que además es la suya, descuartiza a sus miembros, y se hace selfies junto a los cadáveres que comparte con un amigo –otro tronado como él, de corazón maligno–, que le da consejos on-line desde el otro lado del mundo sobre cómo salir tan campante de la escena del crimen... Son hechos cuya realidad no logro asimilar. Me ofenden los delitos, me hieren los asesinos de sangre fría que los han ejecutado y la maldad absurda que destilan. El terror es una constante en la historia humana, pero no dejo de preguntarme qué clase de gente es ésa, qué tipo de mácula moral ha velado sus ojos para hacerlos tan resistentes a la sangre inocente derramada, inconmovibles ante el dolor ajeno... Qué pena dan. Qué asco. No soporto conocer más detalles. Me siento insultada por tener que vivir en el mismo orbe que esos envilecidos excrementos que se dicen humanos, jóvenes asesinos drogatas y retrasados, la broza de la humanidad, que luego lloriquean cuando se enfrentan a la millonésima parte del sufrimiento que ellos infligieron a unos infelices. Me siento vejada, deshonrada, ensuciada por conocer su sola existencia, por compartir siglo con tales ignominiosos tardos, lerdos viles, la mugre más impúdica del planeta. Capaces de acabar con la esperanza de cualquiera. ¿Quién puede afrontar el mañana, pensar en el futuro de sus hijos, sabiendo que existen? Estoy harta de estos inmundos agujeros negros de la humanidad, que aniquilan la confianza del resto. Ese resto del mundo que somos todos los demás: sus víctimas potenciales.
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