José Antonio Álvarez Gundín

Siria y la izquierda

Desde que Willy Toledo se mudó a Cuba hambriento de libertad y los Bardem se monetizaron en Wall Street, la izquierda vaga errante sin rumbo seguro, huérfana de opiniones firmes, hecha un guiñapo ideológico. De Siria, por ejemplo, nadie le da noticia cierta, nadie la ilumina ni aconseja si debe rescatar del trastero la pancarta del «No a la guerra» o si, por el contrario, hay que llamar genocida al gaseoso Bachar al Asad y montarle unos escraches ante sus embajadas. Nada, ni una leve indicación, ni una somera pista de qué es más progresista... De la angustia no se libra ni el PSOE, cuyos dirigentes han pasado en cuatro días de apoyar «una respuesta contundente y efectiva», incluso sin autorización de la ONU, a rechazar cualquier intervención militar; bastará por ahora con una reprimenda. Tampoco la izquierda europea sirve de gran ayuda, pues mientras los laboristas británicos se oponen al ataque, los socialistas franceses están deseando sembrar de misiles las noches de Damasco. Así no hay manera de elegir con tino la pancarta de las próximas doscientas manifestaciones contra Rajoy. Por si fuera poca la desorientación, la «Flotilla de la libertad» ha desaparecido en algún punto del Mediterráneo, como si temiera ser alcanzada por el gas sarín. ¿O será porque los palestinos de Hamas han prohibido toda crítica a su poderoso protector sirio? En efecto, la extraviada actitud de la izquierda sobre la guerra siria obedece a que, siendo el dictador Al Asad enemigo mortal de Israel, su caída supondría una victoria judía que de ningún modo está dispuesta a propiciar. El odio al Estado israelí es más fuerte que el espanto de una masacre como no se vio desde Ruanda. Mientras tanto, Willy y Pilar se refugian en un silencio egoísta, contumaz, desolador. No hay derecho.