Elecciones andaluzas

Susanita tiene un marrón

Y no es un marrón chiquitín, como el ratoncito de la Susanita de la canción infantil. La señora presidenta de la Junta de Andalucía tiene sobre sus espaldas uno de los escándalos más morrocotudos de la corta, pero intensa, etapa democrática española. Los beneficiarios del marrón que tiene Susanita no se conformaban con comer chocolate y turrón, ni bolitas de anís. Sencillamente se han puesto morados con fondos europeos destinados a crear empleo, algo que no ocurre en la Andalucía que los socialistas llevan más de tres de décadas gobernando como un cortijo. Las cantidades de las que se habla y la variedad de irregularidades, cuando no directamente corruptelas, deberían ponerle a la señora Díaz los pelos de su atractivo cogote como escarpias, o mejor como alcayatas, palabra proveniente del alma de nardo del árabe andaluz. Ya ha pasado el tiempo suficiente desde que Griñán, como buen emprendedor emprendiera la huida, como para que su sucesora dejara de hablar y se remangara para dejar como la patena el pozo negro en el que tantos años de impunidad han convertido la política de la región con mayor número de desempleados, y a la vez subvencionados, por metro cuadrado de toda la Unión Europea. Esa Unión que la candidata Valenciano quiere que se parezca a Andalucía, supongo que por las tapas, los vinos y el cachondeo, porque en lo demás casi mejor que lo dejemos para otro día. Cuando la escandalera no sale por los ERE, de cuyo hilo debería ya la jueza Alaya trincar el ovillo o dejar a otros que sean quienes lo hagan, se trata de favoritismo y presunta prevaricación en la adjudicación de viviendas sociales. El caso es que pasan los años, pasan los presidentes de la Junta y nada cambia salvo a peor, y el PP esperando que los socialistas se caigan del árbol como fruta madura e incapaces de diseñar una estrategia que les abra los ojos, a demás del bolsillo, a los andaluces.