Alfonso Ussía
Tedio
He sido colonizado por el tedio. No puedo más de Cataluña, y me hiere escribir de Venezuela. Busco nuevas sendas. Y me topo, de golpe, con la entrevista que Raúl Salgado le hace a Rappel y publica en nuestras páginas. Ignoraba, como la mayoría de los españoles, que Rappel había sido secuestrado durante hora y media veinte años atrás. Lógica ignorancia. Hace veinte años un héroe español, José Antonio Ortega Lara, se recuperaba de un secuestro de 574 días. Sobrevivió a la tortura y crueldad de la ETA. No obstante, un secuestro de tres minutos, la retención contra su voluntad de una persona es de por sí, sea cual sea su duración, una tragedia.
No escribo esto con la intención de infravalorar el sufrimiento de Rappel en sus noventa minutos de angustia. Acudo en socorro de la justificación de mi ignorancia. En aquellos días millones de españoles nos sentíamos más preocupados por los secuestros de Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco, y no reparamos en el rapto de Rappel. Años antes, en los últimos tramos del anterior régimen, los anarquistas secuestraron a un tío mío, primo de mi padre, en Roma. Y lo liberaron a las 24 horas. Por pesado.
Era sacerdote, y en su momento, Prelado Doméstico de Su Santidad. Vivía en Roma y formaba parte del personal adscrito a la embajada de España ante la Santa Sede, cuyo embajador no era otro que el gran don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, que templó gaitas como nadie en el contencioso personal del Jefe del Estado y el Papa Pablo VI. Mi tío, monseñor Marcos Ussía Urruticoechea, natural de Llodio, era un vasco bondadoso, de palabra tímida y de muy discreto pasar por la vida. De inteligencia viva, pero custodiada por la prudencia. Un grupo de anarquistas españoles lo secuestró. Preocupación en España. Se recibió en la embajada una nota de los secuestradores confirmando el secuestro. Anunciaba la nota que pocas horas más tarde, en la RAI se recibiría un sobre en cuyo interior se relacionaban las condiciones que el Gobierno de España habría de cumplir a cambio de su liberación. Los secuestradores, al cabo de veinte horas, decidieron renunciar a sus objetivos políticos y abandonaron al secuestrado junto a una puerta de rango medio del Palacio de España. Don Antonio Garrigues atendió solícito al monseñor liberado. –¿Cómo ha conseguido que lo liberen, monseñor?–; y don Marcos Ussía le respondió. –Señor Embajador. Creo que les caí bien. Uno de ellos era de Amurrio, y conocía a mi familia. Empezamos a hablar de nuestra tierra, y el jefe de los anarquistas decidió soltarme. «Es usted un tostón». Y me soltaron. Y aquí estoy, vivito y coleando–. Días más tarde se supo que monseñor, en la única noche que convivió con sus secuestradores, les obligó a rezar el Padrenuestro en vascuence, el «Guré Aitá», y que los anarquistas –exceptuando al de Amurrio–, temiendo una segunda noche de oraciones aún más prolongadas decidieron liberarlo. –¿A cambio de qué?–, les preguntó monseñor. – A cambio de no volverlo a ver en nuestra vida–. Final feliz. Rappel sospecha que sus captores eran del servicio doméstico. A monseñor Ussía lo secuestraron cuatro anarquistas dispuestos a todo contra el régimen del general Franco. Pero su parsimonia en los hablares y los contares, y su obcecación por enseñarles a rezar en vascuence el Padrenuestro, hizo que menguaran sus ideales revolucionarios de manera inmediata. – El paisano de Amurrio me dio recado para su familia, y un gran abrazo de despedida–. Lo primero que hizo monseñor Ussía al volver a España, fue viajar hasta Llodio y visitar a los familiares del anarquista de Amurrio, que le agasajaron con una copiosa cena. –¿Qué tal la cena?–, le preguntó a la vuelta don Antonio, el Embajador, con objeto de obtener alguna información del caso. –La merluza, un poco cruda, pero el resto, bastante bien–. Asunto diplomático clausurado.
Don Antonio, en Comillas, donde veraneaba con su hijo Juan y sus tres hijas monjas en aquel tiempo, Ana, Elena y Mauricia, contaba el caso de monseñor Ussía con irónico estupor. –No fui capaz de sonsacarle información alguna, a excepción de la gastronómica–. Y se descomponía de risa cuando recordaba la respuesta del Prelado Doméstico de Su Santidad a su preocupada pregunta. –¿ Resultó horrible la experiencia?–; no, Embajador, al contrario. Fantástica. Eso sí, la merluza en Amurrio, un poco cruda. Me gusta más hecha–.
La realidad siempre ha superado a la fantasía. Y ésta es la prueba.
✕
Accede a tu cuenta para comentar