Cristina López Schlichting

Tontos ellos

Morirse de amor es tontería, además de poco práctico. Yo sólo respeto a los amantes que mueren concatenados tras veinte años de matrimonio ¡cuántos viejos se acaban inmediatamente después que sus cónyuges! Si una vida se enhebra en otra, si los años de ambos se trenzan cariñosamente, la ausencia de uno puede desbaratar al otro, pero enamorarse y morirse todo seguido, parece precipitado. El romanticismo nos ha dejado hechos polvo. Aunque el siglo XIX inventó apasionadas historias medievales, los relatos de Zorrilla o Espronceda salieron del magín de sus creadores, no de la Edad Media, que era bastante más realista en lo que al afecto se refiere. Me ha pillado San Valentín en Teruel, que es donde hay que estar en estas fechas, y he comprobado que hay un mundo entre los amantes del siglo XIII y el texto de Eugenio Hartzenbusch. En realidad, los padres de la dama, Isabel de Segura, tenían sobrados motivos para negarse a la boda con el segundón Diego de Marcilla, el galán. De haberla permitido, ella tendría que haberlos mantenido a ambos, ya que la ley aragonesa concentra la herencia en el primogénito y el no tenía un duro. Se mostraron además magnánimos y dieron al chico cinco razonables años de plazo para que prosperase en la guerra. Pero la versión dramática es típicamente romántica: los novios mueren de pena cuando él vuelve del largo viaje y ella ya está casada con Rodrigo de Azagra. Lo siento muchísimo, pero en cinco años de larga espera y en total incertidumbre, la joven Isabel difícilmente pudo hacer otra cosa que inventarse a su Diego. En cuanto a él, seguro que volvió a Teruel después de mil amores, pensando en la gran fortuna de ella (que era de la familia más rica de la localidad). Hicieron bien los padres en pensar en otra cosa para la niña. ¿Cuántas parejan fracasan por la desigualdad entre sus miembros? ¿Cuántas cuando se descubren motivos interesados para la boda? La química pura hace a veces desgraciados compañeros de viaje conyugal y la alta tasa de divorcios me da la razón. Estoy de corazoncitos rosas y lazos de terciopelo hasta la gorra. Para mí que encontrar para el camino una persona honesta y trabajadora, de parecida identidad, con objetivos comunes, puede dar mejores resultados que abrazarse en un golpe sexual a un tipo antagónico, soñando que el furor pueda borrar las distancias que el tiempo amplifica inexorablemente. El romanticismo nos ha convencido de serias estupideces y ha teñido de azar la elección amorosa. A parte de empalagarnos.