Barcelona

Un poco de optimismo

He escrito últimamente en LA RAZÓN artículos más bien pesimistas: los catalanes, los vascos, la izquierda, la derecha, etc. No los niego, pero quizá habría que argumentar hoy un poco de otra manera. Las cosas evolucionan y parece que no siempre en sentido negativo. Aunque sea a ramalazos, la sensatez tiene sus argumentos y la insensatez recoge sus frutos. Después de todo, Mas, ese pequeño ambicioso, en su recorrido por el mundo, del cual se había hecho una idea equivocada, está recibiendo buenas bofetadas. No le hacen ni caso, ¡qué barbaridad! Casi me da pena. Pero es que el embarcar al mundo todo en una empresa que, primero, no le concierne, lo segundo, es una empresa de demolición que asusta a cualquiera, tiene sus restos. Nadie se apunta en empresas tan ajenas como fracasadas. Son un mal modelo. Y el negro con que pintan su pasado y su presente es mera pintura, es propaganda interesada, ya lo quisieran muchos. Y casi todos están hartos de mera propaganda interesada, de mentidos paraísos y de falsos liberadores. Nada que ver con Gandhi ni Mandela. Es de esperar que los propios catalanes se cansen del mentiroso juego en que los meten. Tontos no son para no escapar, en cuanto puedan, de tanta añagaza, tanta deformación de los hechos y la historia. Nadie los ha perseguido, 1704 no fue una rebelión contra España. Y Escocia, que sí que fue un reino medieval, dudoso es que vuelva a serlo.

Pero, sobre todo, en el juego político interno de España las cosas van volviendo a su cauce, a su justa medida. Tras una cierta ofuscación ve que no quiere más Castelares con sus poses retóricas ni primeras ni segundas Repúblicas, fogonazos de cohetes que acabaron muy mal y sólo a los ilusos ilusionan. Ni es un porvenir para nadie el follón permanente en las calles a cargo de profesionales que se apoderan de lo que para ellos es mero pretexto aunque en su origen pueda haber habido, a veces, una razón justa. Pero lo que más invita al optimismo es, para mí, la evolución del Partido Socialista. La verdad es que la parte de su programa que era justa, la han aceptado ya casi todos. Se han quedado, así, sin programa. Y esto tiene mal sustitutivo. Es bien sabida la división interna del socialismo, desde siempre, desde sus orígenes en Alemania, a fines del siglo XIX, entre el socialismo racional y democrático y esa otra cosa turbulenta que admite a cualesquiera aliados con tal de acercarse al poder. Así ocurrió en España en la Guerra Civil, cuando un ala socialista, el partido del Lenin español, dirigió una guerra que acabó en desastre y causó terrible sufrimiento a todos. Uno puede comprender que ese ala racional quería el poder, aunque fuera al precio de alianzas indeseables pero que consideraba deseables o, si se quiere, inevitables. Para no hablar más del pasado cualquiera ha podido ver que en nuestra democracia ha habido mucho de eso por parte del partido socialista. Quería el poder a cualquier precio. Y en ese precio estaba, de un lado, la blandura con ETA, que habría podido ser más radicalmente derrotada, como lo han sido en Europa sus más o menos próximos parientes. Blandura no sólo de ellos, repasen lo que ellos y todos han tragado a cambio de nada. ¿Como habría podido nadie imaginar que, bajo el gobierno del PP, el representante de España en Estrasburgo fuera el comadrón de los últimos desastres?

Pero no insisto en esto. El lado bueno es este otro: que al final el Partido Socialista, que había hecho mil veces causa común o, al menos, había dejado hacer a todas esas bandadas separatistas, al final, repito, votó contra Ibarreche y ahora ha votado contra los separatistas catalanes, o sea, contra Mas. Y se ha manifestado claramente a favor de la unidad de España, aunque antes su actitud ante estatutos cada vez más detestables había dejado mucho que desear. En el momento decisivo han pesado más la Historia y la racionalidad que ese sueño, dañino para ellos como para los demás, de ver a su partido como dueño casi absoluto de la izquierda. Poder iluso, al final dañino para todos. Pero hay que reconocerles el valor de hacerlo, aunque esto les haya costado, en Cataluña, disgustos muy graves.

Convendría que entre todos descarrillaran de una vez a este Ibarreche bis. ¿No se da cuenta de que si medio le soportamos es por buena educación? Que si los catalanes (y los vascos) habían prosperado en tejidos y hierro era gracias a España y a los aranceles, sin ella no eran nadie. Aranceles y poesía, decía D. Jesús Pabón. Cierto que era hermoso pasearse por Barcelona y Bilbao, todos éramos más (con minúscula). Eramos el modelo unos de otros. Recuerdo cuando participábamos en la vida cultural los unos de los otros. Aún queda un regusto de ello. Quedan empresas comunes, quedan relaciones personales. Todo un poco a distancia. El separatismo y el apoyo, tácito o activo, de una parte de la izquierda española al secesionismo, deben quedar como una cosa del pasado. O como un mal sueño. Somos parte de un mismo país, esto debe quedar claro. Este enfrentamiento ha sido fatal para todos.