Lucas Haurie
Un taxi de vuelta
Aunque la Guardia Civil de Tráfico es reticente a generalizar su uso, el «drogotest» es el nuevo ángel guardián de los conductores y peatones. Ayuntamientos como el de Sevilla, y otros, han dotado a sus policías municipales de estos sencillos aparatos que detectan el consumo de las sustancias estupefacientes más comunes. No será el firmante tan hipócrita como para execrar a quien se fume un canuto o se pegue un puñetazo en la nariz en estos días de continuos festolines (quien esté libre de pecado y tal), sino que celebra la implantación de este método disuasorio de ponerse al volante cuando la merienda con los amiguitos ha trascendido el triste estadio de los emparedados de pan Bimbo con Nocilla. Extrañamente, entre el rechazo social y las multas hemos logrado convertir en incompatible con la conducción el alcohol, al cabo un producto legal, pero resulta complicado empapelar al becerro que sale del coche, tras atropellar a un cristiano, con los ojos inyectados en sangre y la mandíbula como una maraca. En efecto, Einstein acertaba al asegurar que la única infinitud que no le generaba dudas era la de la estupidez humana. Las comidas de empresa son peligrosas porque se convierten en una ocasión de meter la pata para quienes beben, fuman, esnifan o ligan una vez al año. No se pongan en evidencia ni tampoco en peligro: dejen actuar a los profesionales, sigan soñando calladamente con la maciza de administración y vuelvan a casa en taxi. Su dignidad, su familia y su salud se lo agradecerán. Por este orden.
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