Sabino Méndez
Un trato malo
La oposición frontal de la izquierda a la fiesta de los toros, más que responder a una verdadera preocupación por el maltrato animal, da la sensación de que responda a una necesidad de autoafirmación propia. Algo así como que para que los votantes crean que soy de izquierdas, buenista y superior moralmente a los crueles malvados insensibles debo repugnar por definición de la Fiesta. Pero a todos estos concienciados, si tanto les preocupara verdaderamente el maltrato animal, yo creo que harían algo verdaderamente útil para remediarlo, en lugar de simplemente dedicarse a negar las cualidades artísticas del asunto. Bien mirado, uno puede pedir perfectamente que no le hagan daño al toro sin pretender negar por ello los altos valores estéticos de una corrida. Hemingway decía que sólo habían cuatro deportes de verdad: los toros, la lucha, el alpinismo y los deportes del motor. En ellos, el hombre arriesgaba su integridad física con un horizonte lejano de muerte y todo lo demás eran bailes de salón.
Por tanto, en lugar de negarle el pan y la sal a la Fiesta, una vez metidos a gestores de todos (de los que gustan de los toros y los que no), la única posición sensata sería intentar conciliar opiniones. Y una conciliación posible podría pasar por mantener los valores artísticos sin maltratar al animal. En algunos lugares ya se hace, pero llevarlo a cabo sentando a todas las partes implicadas en el asunto, para buscar una solución de ese tipo, tendría sus ventajas. Para empezar, ventajas de mercado: una fiesta sin maltrato animal sería mucho más exportable a los países anglosajones y nórdicos; mercado aún por explotar y potencialmente grande. Al fin y al cabo, allí no tienen problemas con el hecho siempre controvertible de que un individuo arriesgue su propio físico mientras deje en paz al de los demás. No ven mal que saltes con una moto por encima de veintidós autobuses, siempre y cuando al final, no termines atropellando a una vaca o herbívoro similar.
Otras ventajas de una solución de ese tipo serían también retóricas: dejarían sin argumentos a un montón de izquierdistas y nacionalistas periféricos ultraderechistas que tendrían que reconocer que odian las corridas de toros simplemente porque les suena a español. Y entonces sí que tendríamos un bonito espectáculo, porque a ver como justifican entonces esa xenofobia hacia lo brillante, arriesgado, fino y saleroso.
Se me opondrá, por parte de los aficionados a la fiesta, que un toro sin haber sido desbravado a base de flagelo imposibilitaría la labor de muleta. Pero yo estoy seguro que una ciencia tan adelantada como la de hoy en día puede dedicarse a encontrar sustancias que calmen a toros tanto tiempo como el que está gastando en excitar ciclistas. Un desafío de ese tipo sí que podría dar trabajo a la alicaída I+D de la ciencia española. La clave de todo estaría en sentar juntos a los empresarios, ganaderos, principales figuras, animalistas y científicos para hablarlo. Y a ver quién es el guapo que se pone hacerlo, porque eso significa trabajo y es mucho más fácil posar de defensor de los animales para ver si algún incauto pica y se cree tu superioridad moral. Sé, por supuesto, que lo que propongo es un sueño, pero un sueño razonable. Y en todos los sentidos las ventajas de un acuerdo de ese tipo serían grandes. Desde cualquier punto de vista me parece un buen trato, mucho mejor que simples afirmaciones dogmáticas, prohibiciones y demonizaciones a la gruesa. Y nada mejor que un buen trato para combatir el maltrato.
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