Cristina López Schlichting
Un virus que llegó para quedarse
Dice el descubridor del Ébola –el que le puso el nombre de un río africano– que «la ventaja de esta enfermedad –si es que tiene alguna– es que no se transmite por el aire, al contrario que la gripe». David Heymann dice que los fluidos del enfermo han de entrar en contacto con la nariz, ojos o boca de otro –o con sus heridas– para infectarlo. El pánico, por lo tanto, sobra. Ahora bien, el ébola es mortal en el 50 ó 60 por 100 de los casos, de ahí que se disparen los esfuerzos y costes para hacer frente a una dolencia que no tiene más tratamiento que la defensa inmunológica del organismo. A su vez, el doctor Patarroyo –una eminencia en vacunas– ha señalado que «el ébola no va a llegar al nivel del sida, pero sí va a ser un gran problema de salud pública del mundo. El ébola llegó para quedarse. No hablo de que se produzca una epidemia ni una pandemia. Sino brotes esporádicos que pueden ir in crescendo. Preparémonos por lo tanto para incorporar este virus a nuestro horizonte. El miedo colectivo –histerismo a veces– me recuerda a los brotes de gripe A o las vacas locas, pero la gravedad del caso lo asemeja más al sida, en efecto, salvando las distancias. Recuerdo ahora la incertidumbre por las causas, el temor al contagio –la gente no quería ni tocar a los drogadictos–, la estigmatización de los enfermos, el terror, en definitiva. Nada de esto sirve para nada, aparte de que acarrea mucho sufrimiento añadido. Calma, mucha información, nada de politiqueo, es lo que se precisa. Y la conciencia de que la enfermedad ha acompañado siempre la historia del hombre, ¿o es que en la aldea global soñábamos que África sufriese esto en exclusiva?
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