Cástor Díaz Barrado

Vente a Alemania

Alfredo Landa es uno de nuestros grandes. Su capacidad para transmitir lo que muchos españoles de su época sentían y añoraban y, en el fondo, rasgos y características, también de los españoles de hoy, es envidiable. Cuando en 1971 Pedro Lazaga dirigió la película «Vente a Alemania, Pepe» quizá todavía no sería consciente de que quedaría reflejado, para la posteridad, uno de los momentos más trascendentales de la vida española contemporánea que todos pretenden olvidar y ninguno recuerda ni por asomo. La brutal emigración de españoles a Europa no ha recibido el reconocimiento que le corresponde y se ha evaporado de nuestra conciencia colectiva. Era una cosa de pobres y de un pueblo necesitado y para qué recordar las desdichas y las desgracias. Mientras España comenzaba a desarrollarse en todos los sentidos y quienes permanecieron en el país alcanzaban un, cada vez mejor, nivel de vida, no era conveniente prestar atención a quienes contribuían de manera decisiva al desarrollo español, a través de un titánico sacrificio por las tierras europeas. Pero, logrados, los objetivos de un Estado moderno y con consistencia económica, los españoles y las instituciones públicas borraron de su mente a los emigrantes españoles, como si no hubieran sucedido. Nada hay que recordar de esa época en una España próspera, miembro de la Unión Europea y a la que llegaban, diariamente, numerosos inmigrantes. Menos mal que tenemos a este actor español, aunque nos haya abandonado físicamente. En tono de humor, Alfredo Landa, en una magnífica interpretación, nos reveló el desarraigo y el desasosiego de la emigración española, pero, también, la esperanza de volver a España, donde era posible trabajar y hacer que avanzase nuestro país. Quienes hoy se esconden tras eufemismos para ocultar la realidad española de la emigración de nuestros jóvenes quieren repetir el pasado. Se empeñan en convencernos de que no existe una realidad de emigración, profunda y descarnada, como si España no fuera un buen lugar para que nuestros hijos trabajen e impulsen el desarrollo económico de nuestro país. Claro que hay diferencias con el pasado, por fortuna. Pero la emigración forzada de personas, estén más cualificadas o menos cualificadas profesionalmente, es la misma. España tiene futuro, también para nuestro jóvenes y si éstos tienen que marcharse de nuestro país para encontrar trabajo, llamemos a la cosas por su nombre y reconozcamos, con generosidad, el esfuerzo que realizan. Pero, sobre todo, sentemos las bases para que los españoles no tengan que pasar, de nuevo, por el sufrimiento de la emigración.