Luis Alejandre

Verano entre Qala y Herat

Aunque parezca extraño, me alegra enormemente que traten temas referidos a nuestras tropas personas ajenas a nuestra vocación. No sólo no siento el menor celo, sino que valoro enormemente estos testimonios que siempre tienen el valor añadido de la mirada objetiva y el de reseñar con más soltura temas que los profesionales, por cierto respeto a la confidencialidad, no decimos. Hemos recordado los duros veraneos en El Líbano, en Bosnia, en Mali, en Uganda, en Somalia, en las Seychelles y en los Peñones dependientes de la Comandancia General de Melilla, la que vive junto a la de Ceuta una intensa actividad inmigratoria en la que es difícil conjugar –especialmente para los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado– el control riguroso con amplias cotas de humanidad.

Me alegra que LA RAZÓN sea sensible a todo esto y que me permita abordar con toda libertad cada uno de estos temas. Al buen trabajo de los enviados especiales a Afganistán Fernando Cancio y Javier Fernandez-Largo se ha unido últimamente el testimonio de José María Marco. «Nuestras tropas –dice– requieren del apoyo explícito de todos los españoles». Porque hablamos, cuando nos referimos al actual repliegue desde Qala i Naw a Herat, de once años de misión en Afganistán desde aquel enero de 2002 en que aterrizó en un saqueado y peligrosísimo aeropuerto de Kabul el contingente español formado por 344 efectivos al mando del Coronel Jaime Coll Benejám. Hablamos de un enorme coste humano que sobrepasa los cien fallecidos y otros tantos heridos en acto de servicio. Hablamos de cerca de 25.000 españoles que han pasado por aquel país al que ayudamos a salir de su edad media y que a partir de 2014 progresivamente lo dejarán. Sólo permanecerán algo mas de 200 efectivos que seguirán gestionando el aeropuerto y el hospital Role 2 de Herat. Las rutas de salida serán, bien las directas aéreas entre el aeropuerto de Herat y las bases de Torrejón o Zaragoza para los materiales más sensibles o bien las mixtas transporte terrestre-transporte marítimo, vía Azerbaiyán, Georgia , Emiratos o Pakistán. No es sencillo.

Me detendré en los titulares de estas últimas semanas: «El mejor hospital de Afganistán es español» ; «El aeropuerto es el otro gran reto» referido a Herat. «Cuestión de confianza» ante el saludo de un afgano, sonrisa en ristre, frente a un guardia civil que deja la casa cuartel que ha funcionado en Qala como en cualquier lugar de España. O como dice el coronel José Luis Murga: «Decimos adiós a Qala, con el deber cumplido».

No obstante, si debo seleccionar un titular, me quedo con una frase: «Cuando nos ven, los afganos se alegran». Y la ilustran los enviados especiales con la imagen franca y sonriente del brigada Vicente Tronch, junto a unos niños afganos también sonrientes. Acababan de inaugurar una pasarela en la pequeña localidad de Abzi Khuda, 12 kilómetros al sur de Qala, para que los niños pudieran ir a su escuela con seguridad evitando un gran rodeo. «Son gente excepcional; nos quieren y saben que somos buena gente», reiterará Tronch.

Perfecto manual de área. Nada que añadir. Cuando en una misión exterior se consigue la sonrisa de la población a la que ayudas, cuando se gana su confianza – «saben que somos buena gente»– puedes dejarlos con la cabeza bien alta. Habrás conseguido una victoria no con las armas, sino con el ejemplo, la entrega, el servicio. Recuerdo otras misiones. El día que una destruida Mostar nombraba hijo adoptivo de la ciudad al general Carvajal es que ya se habían extinguido los peligros de los francotiradores o de los atentados con bombas. El día en Nicaragua o El Salvador en el que la gente de los pueblos no se escondía ante la presencia de uniformados, sino que abría sus cantinas y tiendas con una sonrisa, sabiendo encima que los observadores de Naciones Unidas abonarían todas la compras y consumiciones se había ganado una misión.

Cien mil soldados de un montón de países siguen operando en Afganistán con perspectivas de repliegue semejantes a las de los 1.300 españoles del Mando de Canarias ahora desplegados en el país entre Herat y Kabul. Han intentado con su esfuerzo y sacrificio que el país se sostenga por sí solo, que se proporcione su propia seguridad. El esfuerzo de la comunidad internacional ha sido enorme con el irreparable coste de muchas vidas humanas. Quiero entender que los afganos algún día lo comprenderán y agradecerán. La prueba se verá cuando sean capaces de exportar seguridad a otros países, como hacen hoy serbios y salvadoreños trabajando eficazmente junto a nosotros. Y en nuestra patria se verá cuando su población se sienta orgullosa de sus hombres de armas, estos desconocidos para la gran masa, que también saben exportar sonrisas y confianza.