César Vidal
Vicepresidentes (I)
La figura del vicepresidente en el sistema político de Estados Unidos es peculiar. Por un lado, sus funciones reales son escasas. A decir verdad, podría estarse mano sobre mano durante el mandato si así lo decidiera el presidente. De hecho, fue el caso de Johnson durante la presidencia de JFK y de tantos otros. Sin embargo, al mismo tiempo, el vicepresidente, sea aspirante o real, cuenta con una relevancia extra-institucional no escasa. De entrada, de él se espera que pueda atraer los votos que, de manera natural, no irían hacia el candidato a la presidencia. De salida, en caso de que el presidente no pudiera continuar con sus funciones, se vería convertido en eso que, convencionalmente, se denomina «el hombre más poderoso del mundo». El candidato del partido demócrata, el virginiano Tim Kaine, parece diseñado al milímetro. El personaje es extraordinariamente simpático, pero, por encima de todo, es un católico que debe atraer el voto hispano y el religioso. Lo primero lo tiene fácil porque los hispanos votan mayoritariamente demócrata, pero es que además Kaine fue misionero en Centroamérica con los jesuitas y habla un español de fuerte acento, ciertamente, pero bastante aceptable. Kaine desborda el panorama de los católicos del partido demócrata – que, por regla general, como sucedía con Joe Biden, son partidarios del aborto, del matrimonio homosexual y de la ideología de género más desorejada– y apela a referencias más centradas como puede ser ir a la iglesia todos los domingos o la defensa, desde su juventud, de los derechos civiles. Kaine es una garantía –supuesta, subrayémoslo– de que Hillary Clinton no enloquecerá al llegar a la Casa Blanca e impulsará, por ejemplo, una normativa legal en que, si las presuntas víctimas son homosexuales, se presumirá la culpabilidad del también presunto homófobo, salvo que pueda demostrar lo contrario. Es mucho pensar porque Hillary Clinton ha sido una de las responsables directas de colocar a algún grupo que agrede obscenamente iglesias en el podio de los derechos humanos simplemente porque el templo estaba en Rusia y las profanadoras eran lesbianas. Sin embargo, de momento, Kaine está cumpliendo su papel a la perfección. Es el hombre de cordialidad a raudales, casado con una esposa encantadora, implicado en la práctica de su iglesia y cercano a los hispanos que son, de entre los grupos católicos de Estados Unidos, los más conservadores. Si Kaine conseguirá sus objetivos, es difícil de saber, pero posibilidades, sin duda, tiene.
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